domingo, 20 de septiembre de 2009

Convicción óntica y polvo de estrellas


Por Patricio Lóizaga

En New York es muy frecuente encontrar pequeños escenarios, algunos modestos, otros más sofisticados, donde actúan cantantes y músicos, generalmente de jazz. Muchas veces uno se enfrenta a entrañables criaturas de más de 70 años, no siempre exitosas, pero con un grupo de fieles seguidores.
Resulta conmovedor advertir la “convicción óntica” de estos personajes. Perdedores que no se sienten perdedores y reafirman en cada actuación toda una elección de vida.
En el Café Carlyle, muy cerca del vanguardista Museo Whitney, actúa Eartha Kitt, que fuera famosa hace tres décadas, cuando interpretó el personaje de Gatúbela, en reemplazo de Julie Newmar, en la serie de TV Batman. Con 71 años, no puede decirse que atraviese el ocaso de su carrera; más bien está viviendo una etapa de gloria, aunque sólo perciba un salario y sus discos no se vendan masivamente. El año pasado, incluso, Larry King le dedicó un extenso programa especial de televisión y en la revista Vanity Fair apareció una gran foto suya. Eartha Kitt se ha convertido en una cantante de culto. Allí mismo actúa los lunes Woody Allen, con su clarinete, acompañando a Eddie Davis y la New Orleans Jazz Band. Allen comenzó en el Michael Pub, de la calle 53, y hace un par de años pasó al Carlyle. Allen homenajeó a estos “excluidos” del star-system con un film memorable: Broadway Danny Rose.
Si uno buscaba hasta hace tiempo un disco de Allen en la Tower Records de Broadway y calle 66, se encontraba con un vendedor que decía ser su amigo y que explicaba que el director de Manhattan no quiso grabar discos, como una forma de respeto a este tipo de músicos a los que admira. No quería invadirlos; menos aún, humillarlos, con su fama.
Pero la teoría del supuesto amigo de Allen se desvaneció cuando hace poco más de un año el clarinetista contrató a una directora (Barbara Koppel) para que filmara su gira europea. En todos los escaparates de las grandes disquerías ahora uno puede encontrar el disco del film Wild man blues. La anécdota rodó por la noche neoyorquina.
La primera vez que me tocó enfrentarme a uno de estos personajes entrañables, en un pequeño piano bar del East Side, a poco del estreno de Wild man blues, un viejo y digno cantante de traje azul nos dijo a los pocos contertulios que asistíamos esa fría noche de diciembre de 1998 a su show: “Todos ustedes conocen a un pequeño hombre que dirige cine y toca el clarinete, todos ustedes conocen ese relato de un vendedor de la Tower que nos explicaba la razón de no poder contar con un disco suyo. Bueno, ahora que tenemos un disco y también un film, yo quiero levantar mi copa por él. Y como yo seguramente no voy a grabar un disco, quiero dedicarles a todos ustedes esta versión de Stardust que nunca van a encontrar en la Tower Records.” Una sonrisa se dibujó en su rostro. Quiero confesar que nunca escuché y tengo la certeza de que nunca volveré a escuchar una versión tan maravillosa de Polvo de estrellas.


Extraído de New York y otros poemas, Emecé, 1999

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