domingo, 1 de noviembre de 2009

Patricio Lóizaga y las revistas culturales


Revistas culturales y democracia


Por Patricio Lóizaga

Durante el siglo XX la democracia estuvo mucho más a la defensiva de los regímenes totalitarios que desarrollando la perfectibilidad del sistema. El fascismo, el nazismo, el stalinismo, las dictaduras militares y los populismos fueron las grandes amenazas que la democracia tuvo que enfrentar durante décadas y que impidieron que avanzara con mayor velocidad y consistencia en relación a su potencial. Desde los años ’90 en adelante, las amenazas aparecen con otros rostros; hay quienes los ven difusos, hay quienes los ven más nítidos. La lógica de mercado como discurso y sistema totalizador, excluyente, contamina y debilita el proceso de fortalecimiento de la democracia.
Pepe Rivas, director de la desaparecida Ajoblanco, llegó a afirmar: “En Occidente tenemos libertad, pero no tenemos democracia”.
Las revistas culturales configuran en sí una expresión de resistencia al modelo de producción cultural de la globalización. Expresan un acto de esfuerzo individual o grupal destinado, la mayoría de las veces, a aportar una visión crítica e impugnadora de los modelos de discurso único en lo estético, lo filosófico, lo sociológico, lo histórico o lo económico. Por eso me gusta definirlas como garantía de pluralidad democrática frente a la concentración económica e informativa de la cultura concebida y financiada como industria.
En muchos países de Occidente las revistas culturales juegan un virtual papel de auditoría y control frente a las secciones culturales de los grandes medios.
Destacados intelectuales de un amplio espectro de pensamiento han estado estrechamente vinculados a la fundación y dirección de revistas culturales emblemáticas. Pensemos en Benedetto Croce, director de La crítica, pero también en Drieu La Rochelle, director durante la ocupación alemana de la Nouvelle revue française (cuando París fue liberada de los nazis la revista pasó a llamarse La nouvelle nouvelle revue française). Pensemos en Jean-Paul Sartre, director de Temps modernes; en T.S. Eliot, director de Criterium, en Ortega y Gasset, director de Revista de Occidente; en Victoria Ocampo, directora de Sur; en Cornelius Castoriadis, director de Socialisme et barbarie; en Daniel Bell, director de Modern review; en Octavio Paz, director de Vuelta; en Edgar Morin, director de Arguments; en José Luis Romero, director de Imago mundi; en Philip Rahv, director de Partisans review; en Perry Anderson, director de New left review; en Achille Benito Oliva, director de Flash art; en Beatriz Sarlo, directora de Punto de vista; en Mempo Giardinelli, director de Puro cuento.
Juan José Sebreli suele afirmar que las revistas culturales fueron una expresión del discurso totalizador decimonónico y que a partir de mediados del siglo XX se fueron convirtiendo en ejemplos elocuentes del fragmentarismo especializado.
Esta comprobada tendencia hacia la especificidad temática impide encontrar aún, en la mayoría de las revistas culturales, una visión del mundo, una visión alternativa, casi siempre de naturaleza utópica, que enriquece y jerarquiza la reflexión, la crítica, el debate sobre las tensiones y las contradicciones del escenario epocal.
Hace poco escribí sobre esta problemática. “Las llamadas revistas culturales han constituido una usina de pensamiento a lo largo del siglo XX. Ha habido expresiones de gran influencia en países como Francia, Estados Unidos, Italia y América Latina. La configuración de corrientes estéticas e intelectuales y la circulación de ideas han tenido en las revistas culturales una suerte de laboratorio de ensayo donde se han expuesto los “borradores” de grandes textos y planteamientos (…) Financiadas por estructuras partidarias, institutos universitarios, mecenas o fruto de sacrificios económicos grupales o individuales, hay que advertir que estas publicaciones han sido y son producto de “uso intensivo” antes que fenómenos de venta masiva. El desarrollo de las industrias culturales y los desplazamientos de la crítica cultural hacia medios de mayor tirada y circulación más masiva –con todas las paradojas que ello implica- ha ido reduciendo ese espacio paradigmático que las revistas culturales tuvieron durante décadas. La incorporación de columnas ensayísticas en los diarios y en los semanarios de actualidad (firmadas por reconocidos intelectuales) ha contribuido a restringir aun más el espacio de las revistas culturales. Otro factor a tener en cuenta está dado por los grandes consorcios mediáticos que favorecen y fortalecen los medios de penetración masiva con grandes inversiones. A estos factores hay que añadir el proceso de desideologización creciente de la juventud, con el correlato de la creciente influencia de los medios audiovisuales.”
Sin embargo, más allá de un escenario plagado de adversidades, muchas revistas culturales sobreviven.
España ha liderado la promoción de este tipo de publicaciones a través de su Asociación de Revistas Culturales (ARCE), institución modélica que ha logrado articular un mecanismo de apoyo estatal transparente y equitativo. El Estado español adquiere revistas y las destina a las bibliotecas. Las suscripciones adquiridas por el Estado español garantizan, en la mayoría de los casos, la continuidad de las revistas culturales.
En nuestro país, por impulso de Daniel Samoilovich, director de Diario de poesía, fue creada en 1997 la Asociación de Revistas Culturales de la Argentina (ARCA), que integra la Federación Iberoamericana de Revistas Culturales (FIRC). Finalmente y luego de numerosas dificultades, el Estado argentino se comprometió públicamente, en el año 2000, a través de la Secretaría de Cultura y Comunicación de la Presidencia de la Nación, a apoyar las revistas culturales. Durante el año 2000 dejaron de publicarse excelentes revistas como Tiempo de danza, dirigida por Laura Falcoff, y Diógenes, dirigida por Alejandro Crimi.
La cantidad y diversidad de las revistas culturales argentinas constituye un ejemplo de resistencia frente a la canalización de la cultura que hemos vivido en los últimos años. La democracia se fortalece con la crítica cultural así como se debilita con la ausencia de reflexión y de debate, particularmente en campos vinculados a las políticas culturales, educacionales y sociales. Por otra parte, la argentina acredita una tradición de revistas de este tipo. Nuestro máximo exponente de la cultura de la cultura, Jorge Luis Borges, estuvo intensamente vinculado a revistas culturales. Publicó las primeras versiones de sus poemas, ensayos y cuentos en revistas culturales (Prisma, Proa, Nosotros y Sur, entre muchas otras). Él y su hermana Norah colaboraron en la mayoría de los números de una revista emblemática de las vanguardias españolas: Ultra, fundada en 1921 por Rafael Cansinos-Assens.
Algunos de los más destacados intelectuales argentinos son parte fundamental de la producción de revistas culturales, como Beatriz Sarlo (Punto de vista), Santiago Kovadloff (Plural), Horacio González (El ojo mocho), Félix Luna y María Sáenz Quesada (Todo es historia) y José Isaacson (Palabra y persona), entre muchos otros nombres.


Extraído del Primer catálogo de revistas culturales de la Argentina, Edición Revista Cultura, 2001

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