El debate pendiente
Por Patricio Lóizaga
"En la temporada que ahora expira, el Salón Nacional se ha superado a sí mismo en fealdad, en confusionismo, en lo que yo llamaría incongruencia con el tiempo. Únicamente el vulgo dominical, encarnado a maravilla en los reseñistas periodísticos, puede incurrir todavía en el error de ponderarlo, de tomarlo en serio, de hacer creer que eso significa todavía algo. Por el contrario, habría que reclamar violentamente, a modo de sanción penal, la forzosa clausura de ese certamen durante unos cuantos años, no sólo mientras se reorganiza su estructura y se busca mejor destino artístico a los dineros del Estado, sino en tanto se reorganizan por dentro las cabezas de los señores que presiden sus destinos. El espectáculo que ofrecen esos salones, con inexorable terquedad anual, es desolador. Y no se invoquen como disculpa, ciertas, aunque escasas, analogías europeas. Para mí es más irritante aun que el arte de una nación joven resulte víctima de tales farsas siniestras."
Este fragmento apareció en las páginas 185 y 186 del número 1 de la revista Sur, publicado en enero de 1931, y está firmado por Guillermo de Torre.
Creado en 1911, el Salón Nacional se ha caracterizado, a lo largo de casi un siglo, por desatar críticas y cuestionamientos, y sin embargo se perfila con una infrecuente continuidad como política de Estado dentro del área de cultura. Antonio Berni se presentó más de veinte veces al Salón, con más de treinta obras, entre 1924 y 1960. Fue rechazado con la obra Desocupados, y seleccionado -pero no premiado- en 1938, con Club Atlético Nueva Chicago, obra que adquirió el MoMA, a principios de los años cuarenta. En 1943 obtuvo el Gran Premio Nacional con Lily, una obra menos provocativa.
En 1924, con su muestra en la Galería Witcomb, Pettoruti introdujo el vanguardismo en la Argentina y disparó una amplia polémica. Curiosamente, ese mismo año se presentaba al Salón con una muestra de neto corte figurativo.
De acuerdo a un estudio que realizamos a principios de 2003 (1), las artes visuales representan un 0,2 por ciento de la producción de las industrias culturales en la Argentina. La Escuela de Frankfurt planteó hace ya muchos años el alcance y las nuevas problemáticas que desató el fenómeno de la industrialización de la música y el libro. Walter Benjamin se ocupó específicamente del problema de la reproductividad de la obra de arte. Hoy las artes visuales ofrecen un panorama interesante y singular en el marco de la expansión de los consumos y los servicios culturales. En los países centrales aparecen nuevos museos, estrechamente vinculados al turismo cultural. Se extiende el merchandising (el último logo del Metropolitan ofrece más de 400 productos), convirtiéndose en una significativa fuente de ingresos junto a la taquilla y el sponsoreo. En la Argentina han crecido los públicos y la calidad de los libros de arte, pero aún resta mucho por hacer. Hace más de una década planteamos algo que hoy no debería tener vigencia, pero la tiene: "Dos riesgos enfrentan hoy la mayoría de los trabajadores de la cultura: postergar o abandonar sus vocaciones como consecuencia de la agudización de la crisis económica durante los últimos años, o emigrar. En ambos casos el país pierde. Mucho. Pierde algo que quizá nunca pueda recuperar. Luego de la crisis del 2002 se instaló, en gran medida, la idea de que la cultura se había convertido en un espacio de resistencia; idea basada en algunos índices crecientes de consumos culturales, que produjeron un alto impacto. Nos tocó, desde la universidad, producir los más difundidos indicadores sobre esos consumos, como por ejemplo un trabajo sobre la oferta teatral en la ciudad de Buenos Aires durante la crisis, que ubica a la capital de Argentina como la ciudad de Occidente con mayor diversidad de oferta de teatros. Estos datos -significativos, por cierto- no deberían ocultar que se trata de un fenómeno eminentemente urbano, y que la idea de la resistencia frente a la crisis habría que identificarla con los nuevos movimientos sociales, como los cartoneros y los piqueteros, antes que con la mayor cantidad de gente que concurre a la Feria del Libro, a ArteBa o a los teatros de la ciudad de Buenos Aires, sin por ello desmerecer esto último como un dato positivo. No olvidemos, entonces, que también desde la universidad advertimos que la Argentina enfrenta una grave brecha cultural, en la cual la Ciudad de Buenos Aires asigna a la cultura 172 veces más recursos (per capita) que la provincia con menor gasto público en esta área. Dicho de otro modo, mientras que la Ciudad de Buenos Aires destina a la cultura 53,32 pesos por habitante por año, Santiago del Estero destina 0,31 peso.
En este contexto debemos colocar la problemática de la intervención del Estado en las artes visuales, considerando que el Salón Nacional es el espacio institucional del Estado en este ámbito.
Se impone un debate profundo sobre múltiples aspectos del Salón Nacional. ¿Se premia la obra o se premia la trayectoria? El actual reglamento especifica en su artículo 28: "...las obras distinguidas con el Gran Premio Adquisición Presidencia de la Nación Argentina". El llamado escalafón también es materia de debate, y actualmente es planteado en el reglamento, en su artículo 26, donde se señala que "ningún autor podrá obtener un premio igual o inferior al que hubiera obtenido en los salones nacionales de los últimos diez años", y se reemplaza el concepto de que sólo puede obtener el Gran Premio (con beneficio de pensión) quien haya conquistado previamente el Primer Premio. Pero la actual normativa no deja de ser condicionante en el caso en que el Gran Premio se dirima entre un artista que ya ha obtenido el Primer Premio y otro que no, con lo que prevalece la historia de presentaciones y premiaciones, una suerte de recorrido vincular con el Salón que, sin ser el viejo escalafón, se le parece demasiado. Por otra parte, en caso de que los artistas autores de las tres o cinco obras consideradas mejores por el jurado hayan obtenido previamente el Primer Premio, sólo una de dichas obras podrá acceder al Gran Premio, y las otras sólo podrán ser categorizadas como obras seleccionadas, sin recibir distinción especial alguna, aun siendo las finalistas para el Gran Premio.
Los premios se inscriben en la legitimidad del financiamiento de determinadas producciones culturales por parte del Estado. En congresos y jornadas sobre políticas culturales, como también en diferentes documentos, hemos planteado este concepto: "La legitimación del gasto público en cultura tiene una instancia primaria vinculada al derecho a la cultura que se sustenta en el financiamiento estatal de toda producción cultural o servicio cultural que no tenga autofinanciamiento inmediato o impacto económico directo. Este concepto perfora la lógica de mercado como lógica excluyente en el ámbito de la cultura" (4). En las últimas dos décadas se han realizado numerosos salones o premios de origen privado, o vinculados a la banca estatal, la mayoría de los cuales no han tenido continuidad, y ninguno ofrece beneficio de pensión. En ese sentido cabe recordar, por un lado, que el Estado destina, en Argentina, casi cuatrocientos millones de pesos de gasto corriente a cultura, si sumamos los presupuestos provinciales y los principales presupuestos municipales al presupuesto nacional; y, por otro lado, que el aporte anual de la empresa privada que más recursos ha destinado a la cultura, aun antes de la crisis, no superó nunca el millón de pesos. Dicho de otro modo: la empresa privada que más dinero destinó en un año a la cultura, aportó el 0,25% de lo que asigna el Estado en ese lapso.
En este presupuesto estatal no se considera el régimen de pensiones, establecido en el marco de la ley 24.241. Quienes obtienen el Gran Premio Nacional se hacen beneficiarios de una pensión, que pueden comenzar a cobrar a partir de los 60 años de edad. Con este requisito de la edad (fijado hace una década, puesto que antes no había limitaciones en ese sentido) se potencia el conflicto entre la premiación de la obra y la premiación de la trayectoria.
Se ha planteado la necesidad de la ampliación del Salón a nuevas disciplinas. El propio Coordinador General de las Salas sugirió que la categoría Nuevos Soportes se desdoblara en Videoarte, Net art e Instalaciones, lo que hubiera supuesto diez categorías en lugar de las ocho actuales; pero hubo artistas que sugirieron la reconversión en una única categoría para todo el Salón, práctica que se ha visto en algunos premios recientes. De ser aplicado este último criterio, una conquista de financiamiento estatal se expondría a un grave retroceso; o, para evitarlo, habría que otorgar 8 grandes premios.
La remisión de obras presenta graves interrogantes que se pueden vincular a una discriminación o exclusión de hecho, derivada de las posibilidades de financiamiento de los artistas. La distancia acentúa la regresiva distribución de recursos y oportunidades, lo cual ha llevado a plantear la conveniencia de realizar una selección a través de fotografías de obra. A este tema hay que agregar los altos costos de producción en disciplinas como la escultura o las instalaciones, a los que hay que añadir los mayores costos en el transporte por volumen y peso; sin por ello advertir que los costos de las otras disciplinas también son onerosos (óleos o acrílicos de alta calidad, papeles especiales para grabados, etcétera). Se trata de optimizar todos los mecanismos destinados a ofrecer una mayor igualdad de oportunidades, y esta responsabilidad, obviamente, no puede ser asumida sólo por el Estado Nacional, sino que requiere de la activa participación de los gobiernos provinciales y el apoyo efectivo de organismos vinculados, como el CFI y las instituciones de los artistas con representación del interior del país, entre otros. Un artista habitante de una zona alejada, sin medios económicos, con vocación y aptitudes, hoy enfrenta severas dificultades para realizar su obra y hacerla conocer en el Salón Nacional. Qué respuesta debemos proporcionarle es la inquietud que hoy nos ocupa.
Resulta también mencionable el incremento porcentual de los participantes en las disciplinas incorporadas más recientemente, como las instalaciones. También la fotografía tiene una presencia significativa, comparada con la del grabado.
Resulta dramáticamente revelador que sobre 1.522 obras enviadas sólo 105 corresponden al interior del país (es decir, excluyendo Capital y Provincia de Buenos Aires), de las cuales fueron seleccionadas dieciocho. La oportunidad de la premiación es otro de los temas que deberán definirse para el 2004. Hay quienes postulan la conveniencia de otorgar los premios una vez inaugurada la exposición de las obras seleccionadas, como en las bienales más celebradas del mundo; pero tropezamos con la limitación del espacio para presentar las ocho disciplinas conjuntamente. Desde luego, se puede desdoblar la presentación, como efectivamente se ha hecho en las últimas ediciones.
Respecto de la transparencia, cabe destacar que este año se incluyó la participación de un escribano público en el escrutinio, y se agregaron más jurados respecto de los del año pasado, elegidos por los artistas.
Hemos señalado aquí algunos de los aspectos de este amplio repertorio de asuntos que implica la reconversión del Salón Nacional. Es por ello que convocamos a un plenario de las instituciones del arte para el mes de febrero 2005, en cuyo temario hemos incluido la necesidad de una Ley Nacional de Artes Visuales.
Este fragmento apareció en las páginas 185 y 186 del número 1 de la revista Sur, publicado en enero de 1931, y está firmado por Guillermo de Torre.
Creado en 1911, el Salón Nacional se ha caracterizado, a lo largo de casi un siglo, por desatar críticas y cuestionamientos, y sin embargo se perfila con una infrecuente continuidad como política de Estado dentro del área de cultura. Antonio Berni se presentó más de veinte veces al Salón, con más de treinta obras, entre 1924 y 1960. Fue rechazado con la obra Desocupados, y seleccionado -pero no premiado- en 1938, con Club Atlético Nueva Chicago, obra que adquirió el MoMA, a principios de los años cuarenta. En 1943 obtuvo el Gran Premio Nacional con Lily, una obra menos provocativa.
En 1924, con su muestra en la Galería Witcomb, Pettoruti introdujo el vanguardismo en la Argentina y disparó una amplia polémica. Curiosamente, ese mismo año se presentaba al Salón con una muestra de neto corte figurativo.
De acuerdo a un estudio que realizamos a principios de 2003 (1), las artes visuales representan un 0,2 por ciento de la producción de las industrias culturales en la Argentina. La Escuela de Frankfurt planteó hace ya muchos años el alcance y las nuevas problemáticas que desató el fenómeno de la industrialización de la música y el libro. Walter Benjamin se ocupó específicamente del problema de la reproductividad de la obra de arte. Hoy las artes visuales ofrecen un panorama interesante y singular en el marco de la expansión de los consumos y los servicios culturales. En los países centrales aparecen nuevos museos, estrechamente vinculados al turismo cultural. Se extiende el merchandising (el último logo del Metropolitan ofrece más de 400 productos), convirtiéndose en una significativa fuente de ingresos junto a la taquilla y el sponsoreo. En la Argentina han crecido los públicos y la calidad de los libros de arte, pero aún resta mucho por hacer. Hace más de una década planteamos algo que hoy no debería tener vigencia, pero la tiene: "Dos riesgos enfrentan hoy la mayoría de los trabajadores de la cultura: postergar o abandonar sus vocaciones como consecuencia de la agudización de la crisis económica durante los últimos años, o emigrar. En ambos casos el país pierde. Mucho. Pierde algo que quizá nunca pueda recuperar. Luego de la crisis del 2002 se instaló, en gran medida, la idea de que la cultura se había convertido en un espacio de resistencia; idea basada en algunos índices crecientes de consumos culturales, que produjeron un alto impacto. Nos tocó, desde la universidad, producir los más difundidos indicadores sobre esos consumos, como por ejemplo un trabajo sobre la oferta teatral en la ciudad de Buenos Aires durante la crisis, que ubica a la capital de Argentina como la ciudad de Occidente con mayor diversidad de oferta de teatros. Estos datos -significativos, por cierto- no deberían ocultar que se trata de un fenómeno eminentemente urbano, y que la idea de la resistencia frente a la crisis habría que identificarla con los nuevos movimientos sociales, como los cartoneros y los piqueteros, antes que con la mayor cantidad de gente que concurre a la Feria del Libro, a ArteBa o a los teatros de la ciudad de Buenos Aires, sin por ello desmerecer esto último como un dato positivo. No olvidemos, entonces, que también desde la universidad advertimos que la Argentina enfrenta una grave brecha cultural, en la cual la Ciudad de Buenos Aires asigna a la cultura 172 veces más recursos (per capita) que la provincia con menor gasto público en esta área. Dicho de otro modo, mientras que la Ciudad de Buenos Aires destina a la cultura 53,32 pesos por habitante por año, Santiago del Estero destina 0,31 peso.
En este contexto debemos colocar la problemática de la intervención del Estado en las artes visuales, considerando que el Salón Nacional es el espacio institucional del Estado en este ámbito.
Se impone un debate profundo sobre múltiples aspectos del Salón Nacional. ¿Se premia la obra o se premia la trayectoria? El actual reglamento especifica en su artículo 28: "...las obras distinguidas con el Gran Premio Adquisición Presidencia de la Nación Argentina". El llamado escalafón también es materia de debate, y actualmente es planteado en el reglamento, en su artículo 26, donde se señala que "ningún autor podrá obtener un premio igual o inferior al que hubiera obtenido en los salones nacionales de los últimos diez años", y se reemplaza el concepto de que sólo puede obtener el Gran Premio (con beneficio de pensión) quien haya conquistado previamente el Primer Premio. Pero la actual normativa no deja de ser condicionante en el caso en que el Gran Premio se dirima entre un artista que ya ha obtenido el Primer Premio y otro que no, con lo que prevalece la historia de presentaciones y premiaciones, una suerte de recorrido vincular con el Salón que, sin ser el viejo escalafón, se le parece demasiado. Por otra parte, en caso de que los artistas autores de las tres o cinco obras consideradas mejores por el jurado hayan obtenido previamente el Primer Premio, sólo una de dichas obras podrá acceder al Gran Premio, y las otras sólo podrán ser categorizadas como obras seleccionadas, sin recibir distinción especial alguna, aun siendo las finalistas para el Gran Premio.
Los premios se inscriben en la legitimidad del financiamiento de determinadas producciones culturales por parte del Estado. En congresos y jornadas sobre políticas culturales, como también en diferentes documentos, hemos planteado este concepto: "La legitimación del gasto público en cultura tiene una instancia primaria vinculada al derecho a la cultura que se sustenta en el financiamiento estatal de toda producción cultural o servicio cultural que no tenga autofinanciamiento inmediato o impacto económico directo. Este concepto perfora la lógica de mercado como lógica excluyente en el ámbito de la cultura" (4). En las últimas dos décadas se han realizado numerosos salones o premios de origen privado, o vinculados a la banca estatal, la mayoría de los cuales no han tenido continuidad, y ninguno ofrece beneficio de pensión. En ese sentido cabe recordar, por un lado, que el Estado destina, en Argentina, casi cuatrocientos millones de pesos de gasto corriente a cultura, si sumamos los presupuestos provinciales y los principales presupuestos municipales al presupuesto nacional; y, por otro lado, que el aporte anual de la empresa privada que más recursos ha destinado a la cultura, aun antes de la crisis, no superó nunca el millón de pesos. Dicho de otro modo: la empresa privada que más dinero destinó en un año a la cultura, aportó el 0,25% de lo que asigna el Estado en ese lapso.
En este presupuesto estatal no se considera el régimen de pensiones, establecido en el marco de la ley 24.241. Quienes obtienen el Gran Premio Nacional se hacen beneficiarios de una pensión, que pueden comenzar a cobrar a partir de los 60 años de edad. Con este requisito de la edad (fijado hace una década, puesto que antes no había limitaciones en ese sentido) se potencia el conflicto entre la premiación de la obra y la premiación de la trayectoria.
Se ha planteado la necesidad de la ampliación del Salón a nuevas disciplinas. El propio Coordinador General de las Salas sugirió que la categoría Nuevos Soportes se desdoblara en Videoarte, Net art e Instalaciones, lo que hubiera supuesto diez categorías en lugar de las ocho actuales; pero hubo artistas que sugirieron la reconversión en una única categoría para todo el Salón, práctica que se ha visto en algunos premios recientes. De ser aplicado este último criterio, una conquista de financiamiento estatal se expondría a un grave retroceso; o, para evitarlo, habría que otorgar 8 grandes premios.
La remisión de obras presenta graves interrogantes que se pueden vincular a una discriminación o exclusión de hecho, derivada de las posibilidades de financiamiento de los artistas. La distancia acentúa la regresiva distribución de recursos y oportunidades, lo cual ha llevado a plantear la conveniencia de realizar una selección a través de fotografías de obra. A este tema hay que agregar los altos costos de producción en disciplinas como la escultura o las instalaciones, a los que hay que añadir los mayores costos en el transporte por volumen y peso; sin por ello advertir que los costos de las otras disciplinas también son onerosos (óleos o acrílicos de alta calidad, papeles especiales para grabados, etcétera). Se trata de optimizar todos los mecanismos destinados a ofrecer una mayor igualdad de oportunidades, y esta responsabilidad, obviamente, no puede ser asumida sólo por el Estado Nacional, sino que requiere de la activa participación de los gobiernos provinciales y el apoyo efectivo de organismos vinculados, como el CFI y las instituciones de los artistas con representación del interior del país, entre otros. Un artista habitante de una zona alejada, sin medios económicos, con vocación y aptitudes, hoy enfrenta severas dificultades para realizar su obra y hacerla conocer en el Salón Nacional. Qué respuesta debemos proporcionarle es la inquietud que hoy nos ocupa.
Resulta también mencionable el incremento porcentual de los participantes en las disciplinas incorporadas más recientemente, como las instalaciones. También la fotografía tiene una presencia significativa, comparada con la del grabado.
Resulta dramáticamente revelador que sobre 1.522 obras enviadas sólo 105 corresponden al interior del país (es decir, excluyendo Capital y Provincia de Buenos Aires), de las cuales fueron seleccionadas dieciocho. La oportunidad de la premiación es otro de los temas que deberán definirse para el 2004. Hay quienes postulan la conveniencia de otorgar los premios una vez inaugurada la exposición de las obras seleccionadas, como en las bienales más celebradas del mundo; pero tropezamos con la limitación del espacio para presentar las ocho disciplinas conjuntamente. Desde luego, se puede desdoblar la presentación, como efectivamente se ha hecho en las últimas ediciones.
Respecto de la transparencia, cabe destacar que este año se incluyó la participación de un escribano público en el escrutinio, y se agregaron más jurados respecto de los del año pasado, elegidos por los artistas.
Hemos señalado aquí algunos de los aspectos de este amplio repertorio de asuntos que implica la reconversión del Salón Nacional. Es por ello que convocamos a un plenario de las instituciones del arte para el mes de febrero 2005, en cuyo temario hemos incluido la necesidad de una Ley Nacional de Artes Visuales.
Prólogo al catálogo Salón Nacional de Artes Visuales 2003
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