domingo, 4 de octubre de 2009

Marcos, guerrilla y democracia



Por Patricio Lóizaga

Quienes tuvimos oportunidad de estar presentes en la ciudad de México cuando el subcomandante Marcos llegó, luego de una larga recorrida que fue multiplicando las adhesiones a su figura y a sus propuestas, pudimos percibir una curiosa polarización: un polo de apoyo a Marcos constituido por una amplia mayoría de perfil heterogéneo en sus procedencias políticas, y otro configurado por una reducida minoría, también de base social y política diversa, que expresaba una forma de descreimiento de tono cínico sobre la actual posición y actitud del zapatismo.
Muchos intelectuales, empresarios y miembros del establishment político, particularmente del PRI, pero también de otros partidos, frivolizan o reducen a dimensión de Marcos, definiéndolo como un guerrillero postmoderno cuya principal batalla es de naturaleza mediática. A su vez, se ironiza que el revolucionario postmoderno negocia a través de los medios con un ex gerente de Coca-Cola, devenido presidente.
Marcos no es el Che Guevara. No puede serlo. No quiere serlo. Así como Alain Touraine, que lo acompañó en el Zócalo, no es Sartre.
Términos como el zapatour o rickymarcos, frecuentemente utilizados por los medios masivos en las últimas semanas, persiguen ridiculizar la opción no violenta del líder zapatista. En las calles del Distrito Federal, con veintitrés millones de habitantes y uno de los tránsitos vehiculares más congestionados del mundo, los desocupados que hace algunos años impusieron actos circense y de malabarismo en los cortes de semáforo para obtener una modesta propina que les permitiera sobrevivir, venden hoy máscaras de goma de Marcos. Son los mismos que antes vendían máscaras de goma de Salinas, cuando el pueblo mexicano se desencantó de su otrora líder harvardiano.
Borges solía decir que todo género produce su propia parodia. Parafraseándolo, podemos decir que toda revolución se convierte en su propia institución. En nombre de los derechos humanos se terminó violándolos, en nombre de la liberación se terminó oprimiendo. Rusia, la mayoría de los países del Este, Cuba y México son ejemplos emblemáticos. El capitalismo no escapa a esta paradoja. Más de cien millones de pobres dentro de los países más desarrollados dan testimonio elocuente de esas derivaciones contradictorias.

Concepto de guerrilla

Los expertos señalan que la definición de guerrilla está rodeada de gran confusión y que puede ser descripta como una guerra irregular llevada a cabo por grupos independientes.
Antes de 1945 la guerrilla no era asociada a un perfil revolucionario. Se la definía en términos estratégicos como una fuerza irregular operando contra un ejército enemigo o sus líneas de abastecimiento y comunicaciones, y se la tipificaba en dos sentidos: como fuerza de apoyo de operaciones militares convencionales o en términos de insurrección contra un ejército de ocupación.
Esta idea de ciudad (o sociedad) ocupada subyace a los planteos emancipadores de una de las figuras más emblemáticas e influyentes de la guerrilla contemporánea, Frantz Fanon, el autor de Los condenados de la tierra. Irene L. Gendzier, académica de la Universidad de Boston, señala en The Blackwell enciclopaedia of political institutions, que Fanon expone en Les dammés de la terre sus interpretaciones del carácter maniqueo de la sociedad colonial, de la organización de la acción revolucionaria, y de las raíces humanas y políticas de la violencia. Criticaba a los partidos burocratizados, a las burguesías nacionales comprometidas con los Estados poscoloniales. Fanon señalaba que el lumpen-proletariado representaba una potencia revolucionaria que no había sido tenida en cuenta por los partidos radicales, y fue más lejos en su crítica al señalar la separación de estos partidos de las masas campesinas cuya importancia para la causa argelina era crucial.
En el célebre Diccionario de la política de Norberto Bobbio la guerrilla es definida como “un tipo de combate que se caracteriza por el encuentro entre formaciones irregulares de combatientes y un ejército regular. Los objetivos que con ésta se persiguen son más políticos que militares. La destrucción de las instituciones existentes y la emancipación social y política de las poblaciones son, en efecto, los objetivos principales de los grupos de los grupos que recurren a este tipo de lucha armada. Por este motivo, los términos guerrilla y guerra revolucionaria se han ido identificando cada vez más. La guerrilla es típica de los Estados en que existen profundas injusticias sociales y la población está dispuesta al cambio”.
Como vemos, la guerrilla es un fenómeno que se desarrolla especialmente en la década del cincuenta y la del noventa. El movimiento zapatista de Marcos irrumpe en 1994, sobre el final del primer quinquenio de la década que se inicia con la caída del Muro de Berlín, el colapso y la disolución de la Unión Soviética, y la expansión territorial de los regímenes democráticos.
La muerte de Franco en 1975, puede marcar el inicio de un proceso que coincide con el último cuarto de siglo, en que se produce esta tendencia de multiplicación geográfica de la democracia. En el último cuarto de siglo, España, Grecia, Portugal, la mayoría de los países de Latinoamérica y todos los países del Este europeo fueron generando procesos de democratización. Esta restauración democrática, este renacimiento democrático del que habla Revel, encierra más de una paradoja. Hay quienes ven en este proceso (el propio Revel, a principios de los noventa) el correlato entre la afirmación de la democracia como sistema, y la consolidación y universalización del modelo capitalista de Estado mínimo o Modelo económico globalizador. Esta tendencia aparece, para algunos teóricos, como irreversible y sin mayores fisuras. En los planteos más asertivos y acríticos de los primeros noventa, en autores como Francis Fukuyama, el concepto de ciudadano es reemplazado por el de consumidor. Si bien en el segundo quinquenio de la década del noventa surgen severas impugnaciones a las insuficiencias del Estado mínimo y hasta ensayos teóricos y programáticos como La tercera vía de Giddens-Blair, el aparato interpretativo y argumental que construyó el edificio que daba sostén conceptual, filosófico y político a la guerrilla queda virtualmente desmantelado por el proceso histórico, y la guerrilla aparece asociada a las tensiones autonómicas y a la problemática específica del narcotráfico. Dentro de este contexto temporal, el caso Marcos emerge como un fenómeno único, por la legitimidad de sus reivindicaciones y por la revolucionaria renovación de los procedimientos de acción estratégica, en un escenario donde no es casual que en el correlato histórico comience a colapsar el modelo por antonomasia de democracia de partido hegemónico.
Con su caravana hacia la ciudad de México, con el multitudinario acto del 11 de marzo y con la obtención del espacio institucional parlamentario, luego de arduas tensiones y negociaciones con parlamentarios legalistas –donde Marcos resigna su presencia y es una mujer, la comandante Ester, la que lleva las reivindicaciones indígenas en un discurso memorable que es recibido con una ovación-, el subcomandante produce un hecho histórico, sin precedentes, que los teóricos de la ciencia política deberán analizar cuidadosamente en el futuro. La caravana configura una acción extraordinaria en distintos planos: desde la perspectiva estratégica, ha puesto en evidencia una capacidad de movilización, contención y eficiencia organizativa únicas para un movimiento de origen revolucionario en este contexto epocal; y, como hecho histórico, marca un antes y un después, y adquiere una dimensión política y ética de grandes alcances. Marcos ha resignificado la idea revolucionaria, ha producido una revolución dentro de la revolucionar al abandonar temporalmente las armas y concretar una acción estratégica de excepción por medios de movilización y presión inéditos de carácter pacífico. El temor de salir del cauce pacífico, alimentado por las resonancias agrias y dolorosas de la violencia, ha operado a favor de la paz. Pero no se trata de la paz de la parálisis, es la paz de la presión y la movilización. En la medida en que los resultados de este proceso (la reivindicación de los derechos indígenas) se logren, también se habrá obtenido un fortalecimiento del diálogo y la democracia moderna, con una experiencia concreta que sin duda adquirirá dimensiones emblemáticas. El 6 de abril de 2001, una fotografía de Associated Press recorre el mundo: es el subcomandante que ha regresado a Chiapas donde es aclamado y retoma las armas mientras espera la consecución del proceso que lo tiene como principal protagonista.

El diálogo como instrumento de combate

En la noche del viernes 9 de marzo –más precisamente en las primeras horas del 10 de marzo- se concreta una histórica entrevista realizada por Julio Scherer García. El reportaje será reproducido por Televisa y publicado por la revista Proceso, fundada por Scherer. Es un dato curioso: Televisa, que veinticinco años atrás se había aliado, según señala Proceso, con los golpeadores del presidente Luis Echeverría para expulsar del diario Excelsior a su director, Julio Scherer García, aporta hoy sus cámaras para transmitir el video de este encuentro a todo México. La figura de Marcos dispara convivencias impensadas, imprevisibles, no sólo en el arco de la política sino también en los medios de comunicación. Hay un párrafo de la entrevista que resulta particularmente significativo para el derrotero de nuestro análisis. Scherer García le señala a Marcos: “Mencionó (usted) a los grupos subversivos y dijo que los habrá más grandes y radicales si no hay acuerdos. Estas palabras me llevan a la guerra sucia de los setenta, pero más extendida.” Y lo interroga: “En este tema, ¿por dónde va su inteligencia?”
Responde Marcos: “Mira, lo que nosotros pensamos es que esa guerra está perdida. La guerra sucia está perdida. De una u otra forma, nuestra presencia y la persistencia de los procesos en América Latina quieren decir una cosa que nadie se atreve a reconocer: la guerra sucia la perdieron los de arriba, los que la hicieron, que finalmente no pudieron acabar con los movimientos armados, porque siguen resurgiendo. Si nosotros fracasamos en la vía del diálogo –y nos estamos refiriendo al EZLN y a Fox-, la señal va a ser clarísima para los movimientos más radicales, por lo que se refiere a su posición frente al diálogo y a la negociación, pues esto para ellos significa arriar banderas, significa venderse, significa traicionar. Cualquier contacto con el enemigo, que no sea para pedir su rendición, es una rendición propia. Si esa señal es mandada por el PAN en este caso, por el gobierno de Fox y por el EZLN, cobrará auge esta posibilidad. No estamos hablando de grupos radicales aislados, solos, que no tengan ningún consenso social”.
“¿Cómo en los setenta?” –pregunta Scherer García. Responde Marcos: “El zapatismo es un movimiento social que, ante la posibilidad de la lucha armada, optó por el diálogo y la negociación, y hasta ha fracasado. En el caso de los movimientos de rebelión, gana el que no muere, el que persiste, no el que gana. Y en el lado del gobierno, sólo puede ganar si aniquila al contrario. Pero sería una guerra a largo plazo, en la que el terrorismo llega a tu calle, a tu casa, a tu televisión, un poco como ocurrió en los primeros días de la guerra en 1994, cuando empezaron a aparecer actos terroristas que no tenían nada que ver con nosotros; cuando ya en otra forma se decía: la guerra ya no sólo está en Chiapas. Puede estar aquí, en una calle, en un centro comercial, en nuestra casa. Es de tal forma grave para la nación, y yo me atrevería a decir que para el mundo entero, lo que se está jugando aquí, que no es sólo la Ley Indígena, no es sólo el éxito mediático de Fox o el rating arriba o debajo de Marcos, o lo que él represente o no represente como símbolo, como mito, como líder social o como futuro dirigente de la izquierda. Lo que está en juego aquí es la posibilidad de una solución del conflicto. Nosotros vamos a sentarnos y anularnos, en una situación en la que decimos: ayúdennos a perder. Lo que le estamos diciendo a Fox, y sobre todo al Congreso de la Unión, es justamente que nos ayuden a perder. Si nosotros tenemos éxito en esta movilización pacífica, ¿qué sentido tienen las armas para el EZLN o los movimientos armados? Pero no queremos reeditar las derrotas pasadas.”
Mientras los actos terroristas suponen toda una ingeniería e inteligencia de acción absolutamente orientada a la eficacia de la violencia, la presión ideada por Marcos, la acción directa de Marcos, lejos de la resistencia pasiva, implica la construcción de un consenso, de complejos mecanismos de movilización donde se articulan la presencia en los medios, su capacidad de convocatoria y una ingeniería de organización que resultó un verdadero ejemplo de conducción estratégica. Marcos está demostrando cómo pueden diseñarse formas de presión alternativas.

Romanticismo, nostalgia y violencia

La dureza con que Marcos ha sido tratado por algunos sectores no pareciera corresponderse con la dimensión de la innovación histórica que ha producido. Quienes comparan a marcos con el Che para descalificarlo, además de incurrir en un anacronismo, evidencian una nostalgia romántica y una justificación implícita de los métodos violentos. Al descalificar su opción pacífica, ¿qué es lo que se está proponiendo implícitamente?
También, sin justificar la violencia, están quienes quieren ver a Marcos en sujeción total al sistema político, olvidando la naturaleza de su origen y su lucha, y planteando una suerte de conversión, que hoy por hoy suena sin sentido, inviable. El editorial de la prestigiosa revista Nuevas letras, heredera de la revista Vuelta de Octavio Paz –dirigida precisamente por un estrecho colaborador del Nóbel mexicano, Enrique Krauze, para muchos el intelectual políticamente más influyente de México-, en su edición del mes de marzo, afirma en un párrafo bajo el título “Máscara o transparencia”: “Este mes llegará a la ciudad de México, después de un recorrido por varios Estados, una marcha neozapatista que viene a apoyar la iniciativa de la Ley de la Cocopa sobre los derechos y cultura indígenas. El escenario es predecible: grupos de turistas revolucionarios de la Europa miope que tienen la fortuna adicional de evitarse el lodo de la selva; muchos Che Guevaras de café, dispuestos a retar al neoliberalismo con consignas lapidarias; una incesante cobertura en los medios, incluida la satanizada televisión, mucha melosa cursilería y… un compás de espera. Sin embargo, es justo reconocer que se trata de una verdadera oportunidad de alcanzar la paz, ya que este despliegue hará inviable el regreso a la lucha armada y la opción de la guerra.”
Obsérvese que a pesar del tono de la descalificación inicial (turistas revolucionarios de la Europa miope), luego se reconoce el valor de la estrategia de Marcos en dirección a alcanzar la paz. En la misma edición, en un texto que lleva por título El evangelio según Marcos, Enrique Krauze ubica al subcomandante en un momento axial de su trayectoria pública. La opción, según Krauze sería: enquistarse como un irreductible, o dar el paso definitivo hacia la vida civil y la lucha con la cara descubierta. Hay quienes sostienen que los grandes movimientos, los grandes cambios y las grandes transiciones devoran a sus mejores hijos (desde el Che Guevara hasta Adolfo Suárez). Si fuese así, el destino de Marcos estaría fatalmente escrito. Pero puede intuirse una lógica inaugural en Marcos que no admitiría sujeción a matrices interpretativas conocidas. México, que ha sido caso de estudio como modelo de democracia de partido hegemónico o partido único, enfrenta desde hace muy poco tiempo un desafío histórico que requiere un extraordinario esfuerzo de toda su clase dirigente y que supone sumar aportes prescindiendo de las tentaciones maniqueas propias de todo gran cambio político. El presidente Fox ha dado algunas señales interesantes al designar al frente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) a una mujer profundamente dialoguista y democrática como Sari Bermúdez (reconocida por Marcos en la entrevista citada) y al asignar destinos significativos a valiosas figuras de la administración Zedillo, como la excanciller Rosario Green –nueva embajadora ante la Argentina- y el expresidentes del CNCA, Rafael Tobar –nuevo embajador en Italia.
En la historia de la relación entre la guerrilla y la democracia, el subcomandante Marcos ha escrito el párrafo principal del que puede ser un capítulo central. Está en la responsabilidad y capacidad de dimensión histórica de la dirigencia mexicana, para su país y para el mundo, completar ese capítulo de una historia donde la paz se muestre –elocuentemente- más eficiente que la violencia en el camino de la justicia.


Archivos del presente, enero/febrero/marzo de 2001

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