jueves, 1 de octubre de 2009

Diálogo con Mujica Láinez


Cómo robarle a la historia el tema de “El gran teatro”

En “El Paraíso”, agudo, sarcástico, frívolo, ácido, Mujica describe los rigores de la profesión y nos ubica en el génesis de su última novela.


Por Patricio Lóizaga

“Yo he gozado del inescrutable privilegio, siglos más tarde –y con ello se cumplió, sutilmente, la promesa de Sandro Benedetto, porque quien recuerda no ha muerto- de recuperar la vida distante de Vicino Orsini, en mi memoria, cuando fui hace poco, hace tres años, a Bomarzo, con un poeta y un pintor, y el deslumbramiento me devolvió en tropel las imágenes y las emociones perdidas. En una ciudad vasta y sonora, situada en el opuesto hemisferio, en una ciudad que no podría ser más diferente al villorrio de Bomarzo, tanto que se diría que pertenece a otro planeta, rescaté mi historia, a medida que devanaba la áspera madeja viejísima y reivindicaba, día a día y detalle a detalle, mi vida pasada, la vida que continuaba viva en mí.”
En su novela Bomarzo, Mujica Láinez es el Duque, Vicino Orsini, por propia decisión.
En “El paraíso”, su casa de Córdoba, es, de pronto, un señor apacible que acaricia con su mirada un lento crepúsculo en las sierras, no sin un dejo de melancolía que confiesa esencial e intrínseca, pero que expresa de una manera implícita e invariablemente elegante. Es ese riguroso profesional de la literatura que, metódicamente, todas las mañanas escribe de nueve a doce. Es el agudo, sarcástico y frívolo personaje que no deja jamás de imprimir su humor ácido a toda conversación. Es ese obstinado aristócrata que se irrita, inocultablemente, ante lo mediocre y lo vulgar. Es Manucho, dibujado por Silvina Ocampo o por Eduardo Mallea, pintado por Raúl Russo o por Emilio Centurión. Y es ese anfitrión amable y hospitalario que me muestra su pinacoteca de argentinos –vasta y heterogénea- y me advierte que “todos estos cuadros me los han regalado sus autores”.
Entre manuscritos de Lugones, Larreta o el General Roca y fotografías de Borges, Victoria Ocampo y tantos otros –todos prolijamente enmarcados- comienzan las definiciones y me dice: “Yo soy de los que todavía creen en el arte por el arte.” Luego de la recorrida por los distintos salones de la casa, me comenta: “Aquí todo está en su sitio”. Más tarde leeré en uno de sus álbumes, escrito por él: “Una de las singularidades de “El Paraíso” ha sido la forma en que mis objetos se adecuaron a él. Cada uno fue, sin vacilar, al sitio que le correspondía, como si yo lo hubiese adquirido para ese lugar”.

¿Cuál es el proceso que vive en la realización de un libro?

Primero está eso que se llama la inspiración. La inspiración en el caso de un poeta es distinta a la del novelista. En el caso del novelista es esa idea fundamental y heroica, ese punto de partida que él tiene y que será el origen de la novela. Pero si él cree que todos los días tiene que esperar que el ángel sople en su oído está perdido, eso sucede sólo una vez. Es muy distinto en el caso de un poeta para el cual tiene que suceder eso cada vez que escribe. Es decir, que el novelista tiene la idea y después de eso tiene que despedirse de la inspiración, de modo que es como si tuviese un empleo, todos los días, en mi caso por lo menos, a las nueve de la mañana comienzo a escribir.

¿Cómo nace la idea?

Surge cada vez de algo distinto. Yo voy a dar como ejemplo la novela que sale en el mes de agosto, que es una novela que ya está hecha y que se llama El gran teatro. Yo hace años pensé o se me ocurrió: “tengo que hacer una novela que transcurra durante un baile, tengo que contar un gran baile como eran aquellos grandes bailes de Buenos Aires cuando yo tenía 25 años, hace más de 40, esa fue la idea, para ello tomé notas, algunas notas, me acuerdo, porque esto hace 25 años que se me ocurrió y no la hice. Después surgió otra idea. Entretanto seguía escribiendo otros libros. La otra idea era… Voy a escribir una novela que se llame El palco, una novela que transcurra en el teatro Colón, que describa todo lo que sucede dentro de un palco, los personajes que están en un palco, mientras transcurre una ópera y la ópera iba a ser Madame Butterfly, e iba a ser Butterfly porque a mí sigue emocionándome, todavía. Siempre que la veo, lloro. Y tampoco la hice. Transcurrieron los años y de repente, el año pasado sucedió que aquella novela del baile y aquella novela del palco, que habían quedado en el fondo de mi conciencia volvieron a surgir y se unieron y se me ocurrió hacer con las dos una que sería, que es El gran teatro.

La fusión de dos ideas.


Claro, en este caso, la fusión de dos ideas. Es decir, una novela que transcurriera una noche en le teatro Colón –la idea de El palco- mientras se está preparando un gran baile –la idea de El baile-. Y como siempre hago en estos casos me compré un cuaderno y comencé a escribir todo lo que se me ocurría a lo largo de varios meses vinculado con lo que podía ser esa novela. Todo lo que se me ocurría era: Escribir a amigas y amigos consultándolos –es el sistema de Proust- sobre cosas de entonces… Porque dije: “Mi noche del teatro Colón va a ser una noche muy espléndida. ¿Cuándo fueron las noches espléndidas? Fueron antes de Perón. Entonces eso me ubicó en el tiempo. Tiene que ser un momento un poco dramático, pensé. ¿Cuándo? Durante la guerra. Entonces dije: Antes de Perón, durante la guerra… En el ’42… ¿Qué obra están dando en el teatro Colón? No puede ser Butterfly porque me emociona y yo tengo que estar libre de la emoción para escribir…

¿Tiene que tener una postura muy racional?


Sí. Sí, no tengo que depender de la emoción y así puedo ser irónico, si quiero, y yo no puedo reirme de Madame Butterfly.

Supongo que para la inspiración necesita una gran carga de emoción, por el contrario.

Sí, sí, para la inspiración sí. Cuando surge la idea de El gran teatro hay un momento de gran emoción. Sin duda vivo una emoción muy intensa.

Digamos que a posteriori racionaliza la idea.

A posteriori racionalizo la idea, por supuesto.

Tengo entendido que usted habitualmente investiga su tema, que es un estudioso de su tema.

Muy estudioso.

¿Cuál es la metodología que utiliza a partir de la idea para la realización de una novela?

Al racionalizar la idea y siguiendo con el ejemplo de El gran teatro pienso que no puede ser Butterfly, porque no estaría libre para ironizar. Tienen que estar dando una obra que sea al mismo tiempo muy importante y un poco aburrida. Entonces pensé en Wagner inmediatamente.

¿Por qué aburrida?

Porque Wagner es muy importante, muy admirable, pero siempre es un poco aburrido.

¿Por qué la obra tenía que ser aburrida?

Porque a mí se me ocurrió que tenía que ser una noche de gran abono, una noche muy lujosa, una noche muy importante en que las personas que estuviesen en el teatro podían no estar dependiendo de esa obra como si fuese Butterfly, que siempre, por más frívola que sea la persona, la atrapa. Entonces Wagner. ¿Qué Wagner? Parsifal, por supuesto, que es una obra espléndida, pero que de repente tiene unos raccontos medio pesados, y entonces lo primero que tenía que averiguar es si durante la guerra se había dado la obra en Buenos Aires.

¿Por qué esa necesidad de precisión? ¿Acaso no existen licencias literarias?

Porque soy muy riguroso. Sí hay licencias, por supuesto, pero yo soy tremendamente riguroso, tan riguroso que le he escrito a algunas amigas mías preguntándoles cómo se vestían para ir al Colón en el año ’42. Hay un soneto de Verlaine sobre Parsifal y fue Victoria Ocampo la que lo encontró. Y así fueron apareciendo los personajes, hay más de cuarenta en la obra.

¿Le hubiera gustado ser historiador?

Puede ser que lo que yo sea es un historiador fracasado. Pero me gusta mucho ser novelista.

Pero le gusta extraer los temas de la historia.

Ah, sí, y aún libros como El gran teatro, después de todo novela, está apoyada sobre la historia, hay toda parte sobre Hitler que tuve que estudiar muchísimo.

¿Cómo escribe?

Por las mañanas escribo a mano y por las tardes copio a máquina.

¿Hace un plan de trabajo?

Sí, por supuesto. Antes de iniciar cada capítulo fijo muy rigurosamente qué es lo que va a formar parte y cómo se va a desarrollar el capítulo.

Un esquema de trabajo.

Sí. Siempre establezco un esquema de trabajo.

¿Escribe de un tirón o reescribe?

Nunca reescribo. He tenido esa suerte. Amigos míos escritores, algunos ilustres, me han dicho que han tenido que rehacer un capítulo ocho, diez veces y yo no le he dicho a ese amigo ilustre que yo en ese caso hubiese abandonado la literatura, porque para mí hubiera sido una desesperación, un horror, hubiera sido la prueba que ése no era mi camino. Yo he tenido la suerte, yo que he publicado veintitantos libros, de no tener que rehacer ninguno. Es decir que eso que yo copio a máquina es definitivo. Hasta ahora ha sido definitivo.

Nunca se le ocurrió pensar sobre un libro ya publicado en haberlo escrito de otra forma.


No. Esos libros quedan atrás. Y cuando me preguntan sobre ellos, tengo momentos incómodos porque generalmente me olvido de ellos.

¿Vive en función de lo que va a escribir?

Sí, vivo en función de lo que estoy escribiendo y de lo que voy a escribir.

Su metodología de trabajo, apuntes, investigación, etc., ¿usted la concibió, la elaboró al comenzar a escribir o surgió como una necesidad espontánea?

Yo supongo que es inherente a mi personalidad. Cuando era chico, a los catorce o quince años le regalé a mi padre para su cumpleaños una novela escrita en francés y ese librito tenía por personaje principal a Luis XVII, el delfín de María Antonieta, quiere decir que ya desde entonces unía la historia con la novela.

Puede ser la búsqueda de un contexto para decir lo que quiere decir.

Puede ser que yo esté más seguro cuando hablo del pasado que cuando hablo del presente o que cuando presiento el futuro.

¿Qué siente cuando la editorial le envía el primer ejemplar de una novela?

¡A esta altura! Pienso que es una lástima que haya erratas. Pienso que la tapa no es tal cual yo la hubiera querido. Las cosas que pienso no tienen mucho que ver con lo que yo inventé, lo que yo inventé sigue por su lado.

¿Influye la fama en su creación?

No, sobre lo que yo hago no influye en absoluto. Yo sigo siendo el mismo a esta altura, ya viejo, sigo siendo el mismo muchacho que hacía esos primeros libros, con el mismo rigor, la misma responsabilidad y con los mismos temores a equivocarme, de no hacer exactamente lo que debería.

¿Se siente acompañado por sus personajes? ¿Los quiere? ¿Le cuesta abandonarlos? ¿Se rebelan? ¿Cuál es la relación con sus personajes?

Sí, un poco se rebelan, pero muy poco. Eso que han dicho que el Quijote lo llevaba a Cervantes de la nariz, no, no lo he sentido. Yo los quiero, me interesan mucho y me ha costado separarme, también, de algunos de ellos. El Duque de Bomarzo, por ejemplo, ese jorobado… Cada vez yo me veía más en él, tanto que el libro tenía ya 650 páginas y me dije, este libro tengo que terminarlo pero lo terminé así, a mi pesar, porque yo era muy feliz con ese otro yo que era ese ser para mí.

¿Cuál es el papel del escritor en la sociedad?

¡Ah! Yo creo que cada uno tiene su papel. Creo que hay escritores cuyo papel es interpretar, supongo que hay escritores cuyo papel es guiar. El papel mío es el de tratar de dar al lector una felicidad estética, creando belleza, hacer feliz al lector que siente esa transmisión.

¿Cómo es Mujica Láinez? ¿Quién es? ¿Cómo es? ¿Cómo definirlo? ¿Es un pintor, un agudo y brillante observador de miserias y glorias, de costumbres y épocas, del amor y del odio, de la vanidad? ¿Es un esteta, un preciosista? No basta haber compartido horas de charla, haber intentado indagar su yo, haber recorrido los ámbitos de “El Paraíso”, haber leído sus manuscritos. No. Toda definición siempre es parcial. Borges alguna vez me dijo en un reportaje a propósito de Whitman, que un escritor es lo que ha escrito, y Manuel Mujica Láinez, más allá de sí mismo, es su obra.


Pájaro de fuego, junio de 1979

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