domingo, 8 de febrero de 2009

Homenaje a Patricio Lóizaga



(Letralia)
En “Certezas e interrogantes”, un poema incluido en Código secreto (1991), Patricio Lóizaga declara con énfasis: “Quiero ser un hombre / con pocas certezas / con muchos interrogantes [...] Quiero ser un hombre / sin afirmaciones contundentes. / El tiempo / la vida / las corroen / las desmienten”. Estas palabras lo definen en más de una manera, determinan una actitud frente a la vida. En las artes, como en las ciencias, consideraba, tienen mayor valor los interrogantes que se nos plantean que las supuestas respuestas que creemos inferir a partir de ellos, toda pregunta debería responderse con una nueva pregunta. Le gustaba parafrasear un fragmento de la introducción a El ser y el tiempo de Martín Heidegger, en traducción de José Gaos: “El hacer una pregunta, el preguntar, en general, [...] son modos de comportarse del que las hace, modos de ser del que pregunta [...] Se puede preguntar por preguntar, o preguntar de forma que quepa ‘ver a través’ ”.
En sus "Notas sobre la experiencia poética" que sirven de introducción a New York y otros poemas (1999) manifiesta: “Me atrevería a decir que mi género por definición es el ensayo y que no deja de sorprenderme la escritura poética”. Hecha esta salvedad, recurre al discurso poético pues éste no es para él sólo otro medio de expresión sino el instrumento a través del cual puede interrogar los cambiantes rostros de la realidad. Una realidad que se despliega en distintas dimensiones, posee un “anverso y reverso”, es simultáneamente “uno y otro”, ni afirma ni niega su contrario, o su diferencia.
Este complejo y peculiar ejercicio de la mirada es el que lo impulsa a protagonizar una audaz, vehemente aventura en el campo cultural que incluye la escritura, fundación de revistas, la dirección de programas radiales y la organización de muestras y seminarios en el país y el extranjero dedicadas a Jorge Luis Borges y Manuel Puig. Asimismo, Patricio Lóizaga, quien consideró la cultura como un área estratégica del desarrollo, dirigió el Instituto de Políticas Culturales y ejerció la docencia universitaria; desde donde desplegó una actividad avasalladora que incluyó la edición de los Indicadores culturales, publicaciones de las que se valió para señalar y mensurar el aporte de la cultura a la economía. Las universidades de Nueva York y Harvard lo tuvieron como profesor invitado y la Asociación de Críticos de Arte y las fundaciones Pettorutti y Konex reconocieron su labor otorgándole sus máximas distinciones.
La gestión cultural fue otro de los tópicos a los que le dedicó muchos días de su vida. Él consideraba que era necesario que nuestro país contara con hombres y mujeres capacitados en los diversos aspectos de esta especialidad. La gestión cultural requiere, sostenía: “recursos humanos que tengan la capacidad de gestionar un proceso que incluya el financiamiento de la producción cultural”. Pero advertía que la educación de estos técnicos debía estar signada por la imaginación, el conocimiento de nuestra tradición cultural y una profunda formación estética.
Hacia mediados de 1983, casi un año después de la derrota militar protagonizada por los representantes de la dictadura militar, la Argentina comenzaba a despertar de una tenebrosa y extendida pesadilla que se había iniciado el 24 de marzo de 1976. En el invierno de ese año, un poeta admirado por Lóizaga, Alfredo Veiravé, escribió Nunca más, un poema ilustrativo del espíritu de la época: “Nunca más los gordos caballos de la muerte entrarán en la plaza / a destrozar los canteros de plantas y de flores (amarillas) / de las tipas asustadas; nunca más los bastones / golpearán con esa furia las cabezas ensangrentadas de los que ahora corren / bajo las nubes cirros, estratos, cumulus o nimbos / nunca más estas flores / de lapachos temblarán en la noche de color rosáceo al oír los aullidos / nunca más esos aullidos cruzarán la calle subiendo desde el sótano / en el subsuelo de la madrugada / Nunca más esos gritos terribles descarnarán la corteza de los murales / de la plaza desnuda, nunca más explotarán entre los intestinos / o las bocas del cuerpo —las convulsiones de la electricidad violenta; / (Nunca más llamarás gritando a tu mamá en la violácea oscuridad lila / y azul que oyeron solamente los jacarandáes florecidos en la plaza...”.
La euforia democrática invade la escena y en el campo cultural comienzan a girar lentamente de un modo renovado los engranajes de la imaginación. Patricio Lóizaga percibió la necesidad en esos años de reiniciar el debate público de ideas clausurado con violencia en 1976. En aquel mítico invierno del ‘83 que hoy parece tan lejano, comenzó a solicitar opiniones, realizó consultas, se reunió en bares con infinidad de personas y, luego de vender algunos bienes personales, tomó la decisión de publicar una revista cultural que llegara a los kioscos. El número cero de la revista Cultura comenzó a circular de mano en mano hacia la segunda mitad del año. En marzo de 1984 aparece en los puestos de venta el número 1. En su editorial Lóizaga le comenta al posible lector: “Comencé a recorrer el oído de escritores, críticos de arte y empresarios con una idea en borrador: reflejar en una revista la cultura de la Argentina contemporánea, expresar a los hombres y mujeres de nuestra cultura y con ellos convocar a ese público que hoy siente un impulso renovado de mirarse en el espejo de nuestros creadores”.
En sus veinte años de vida esta revista ha ocupado un lugar preponderante en el espacio de las revistas culturales. En este variado territorio participó activamente, estableciendo un ámbito propicio para la lectura y el análisis de los nuevos fenómenos que a partir de recuperación democrática y la globalización en ciernes incidieron en nuestra producción cultural. Decididamente, tomó parte en el intercambio de ideas durante dos décadas en las que aquello que se denomina postmoderno o la postmodernidad, según Lóizaga, no debe ser considerado simplemente un agotamiento del proyecto de la modernidad.
En el prólogo al Primer catálogo de revistas culturales de la Argentina (Buenos Aires, 2001), un proyecto llevado a cabo por Gonzalo Villar, conjuntamente con la Secretaría de Cultura de la Nación, se refirió a las revistas culturales en los siguientes términos: “Las revistas culturales configuran en sí una expresión de resistencia al modelo de producción cultural de la globalización. Expresan un acto de esfuerzo individual o grupal destinado, la mayoría de las veces, a aportar una visión crítica e impugnadora de los modelos de discurso único en lo estético, lo filosófico, lo sociológico, lo histórico o lo económico. Por eso me gusta definirlas como garantía de pluralidad democrática frente a la concentración económica e informativa de la cultura concebida y financiada como industria [...]. La cantidad y la diversidad de las revistas culturales argentinas constituye un ejemplo de resistencia frente a la banalización de la cultura que hemos vivido en los últimos años. La democracia se fortalece con la crítica cultural así como se debilita con la ausencia de reflexión y de debate, particularmente en campos vinculados a las políticas culturales, educativas y sociales”.
A mediados del 2003 donó por propia iniciativa a la Biblioteca Nacional los contenidos del Primer catálogo de revistas culturales de la Argentina y promovió en dicho ámbito la creación del Centro de Información de Revistas Culturales (CIRC), puesto en marcha por Gonzalo Villar. Gracias a las gestiones de Lóizaga, el CIRC firmó un convenio con Universia, el mayor portal universitario en lengua española y portuguesa, quien le cedió un espacio para su página web. En su lanzamiento se organizó una mesa redonda que contó con la presencia de Manuel Ortuño, presidente de la Asociación de Revistas Culturales de España y de la Federación de Revistas Culturales de Iberoamérica. En esa ocasión se refirió a uno de los problemas primordiales de la edición de revistas culturales en nuestro país: la falta de financiamiento. Para acabar con este mal endémico propuso que la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip) dispusiera la compra de ejemplares de las revistas culturales para distribuir en todas las bibliotecas de la red, agregando que: “no sólo beneficiará a las revistas culturales sino a todos aquellos investigadores, creadores y lectores que asisten a las bibliotecas y que podrán acceder a este material fundamental y en muchos casos de circulación restringida por imposición del mercado”.
Su dinamismo lo condujo por sendas vinculadas a la administración y la política. Licenciado en Administración de Empresas, desempeñó varios cargos públicos: fue director general de Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina, director académico y presidente del Instituto Nacional de la Administración Pública (Inap). En 2003 asumió la dirección del Palais de Glace, allí en su primer año de gestión se duplicó la cantidad de presentaciones al Salón Nacional, se reformó el reglamento del mismo, se inauguró el microcine y se obtuvo la declaratoria de Monumento Histórico Nacional, para este emblemático edificio. En ese período trabajó incansablemente con los representantes de catorce instituciones para elaborar el borrador de una ley nacional de artes visuales.
Las múltiples actividades que desarrolló no lo distrajeron de la escritura y el pensamiento. En el campo del ensayo de interpretación dio a conocer Mito y sospecha posmoderna (Lexicus, 1990), Cándido López, Fragments and Details (New York University, 1993), La contradicción argentina (Emecé, 1995) y El imperio del cinismo (Emecé, 2000). En 1996, con la colaboración de varios autores, coordinó y editó en España su diccionario de pensadores contemporáneos, en el que varias de las entradas son de su autoría.
La admiración que sentía por la obra de difusión cultural realizada por la directora de la revista Sur culminó en Victoria Ocampo (Ediciones Larivière, 2003) y su respeto por la obra de Guillermo Roux quedó plasmada en El mural de Buenos Aires (Fundación BankBoston, 2005).
En poesía, además de los libros mencionados al comienzo de este artículo, publicó Losers (Little Library of New York, 2004).
Lóizaga solía recordar a Raúl Gustavo Aguirre, poeta que también realizó a través de la revista Poesía Buenos Aires un gran aporte a la cultura argentina y que, según sus palabras, merecía un gran homenaje. La lectura de Las poéticas del siglo XX de Aguirre lo convencieron de que en la actualidad la poesía estaba cargada de una gran responsabilidad. Y compartía con él las opiniones vertidas en el libro de referencia: “es uno de los pocos valores que subsisten en un mundo sin valores, un único medio de comprender y develar la realidad en medio de la ruina y la negación de los tradicionales modos de comprensión racional de ésta [...]. El individuo que emerge del totalitarismo de una civilización tecnológica es un hombre que regresa derrotado de todos sus ideales, de todos sus sueños, que ha sentido el abismo abrirse a sus pies...”.
Patricio Lóizaga, nacido en Buenos Aires en 1954, murió en esta ciudad el 1 de enero de 2006. La vida no le dio el tiempo que él hubiera necesitado para continuar haciéndose nuevas preguntas acerca de nuestra vida cultural y del proceso democrático que consideraba: “una democracia subdesarrollada, propia de una modernidad inconclusa”.
Los que conocieron su amable disposición a conversar largamente sobre los distintos aspectos de la cultura contemporánea, un tópico recurrente, casi obsesivo en él, saben que con su desaparición quedan truncos innumerables proyectos culturales. No sólo ha muerto un hombre dispuesto a quitarle horas al sueño para realizar su trabajo creativo, el país ha perdido a un intelectual dispuesto a pensarlo sin prejuicios en su compleja diversidad.

2 comentarios:

  1. Envìo un escrito realizo relacionado a su obra y a su desapariciòn. Fue publicado en Enfocarte - España.

    PATRICIO LÒIZAGA
    Cuando las respuestas estàn en los interrogantes

    Por Maria del Carmen Romano

    Leí a Patricio Lóizaga antes de conocerlo. Fue su poesía lo primero que escuche de él; después vendría su cátedra de cultura contemporánea en la Universidad, y sus libros de ensayos, como también el famoso Diccionario.
    Fue mi profesor en la Universidad, y al verlo no lo relacione a su poesía. Un hombre ceremonioso, exigente, catedrático y aparentemente distante; no perfilaba a ese hombre que escribió “Seminarista”, donde ahonda en los recovecos oscuros de otro hombre perdido en Dios, describiendo su condena con cariño, comprensión y compasión. No podía ser aquel que una noche escribió “Código Secreto”; y digo de noche porque solo en una noche oscura puede escribirse un poema tan luminoso, un poema gritado en silencio, a escondidas; gritando en la búsqueda de ese lenguaje perdido en otro: ¿Dónde está ese otro que me lleva dentro?. No podía ser ese que de solo la primer lectura me hizo memorizar “Itinerario”, para incorporar la pregunta última en momentos de decisión “¿Por qué no?”.
    No podía ser aquel que nos sermoneaba con sentimiento claramente paterno, en “Jugar con los sentimientos”, advirtiéndonos la dureza de ciertos corazones y actitudes a los que debemos huirles “.....no habrá más que una única víctima”.
    Si, era él; catedrático, riguroso, detallista, impecable; pero delatado en su mirada, una mirada que lo denunciaba “poeta”.
    No es difícil leerlo; pero en el caso de su obra poética, nos encontramos con un estilo accesible a todos y para elegidos. Hermético y oscuro, brinda claridad a todos, pero luz a pocos.
    Por supuesto que este tipo de poetas generan diferentes reacciones: a aquellos que les gusta, al que no les gusta y a los que disgusta; pero Lóizaga no genera apatía.
    Sabido es, que el amor tiene su contrario, que no es el odio, es la apatía. Lóizaga genera sentimientos, la nada no tiene lugar en su poesía, no cabe en este espacio.
    Retomando la reacción que genera, muchos manifiestan desacuerdo, y hasta el enojo desesperado de no comprenderlo; pero aquellos que lo leen en clara profundidad , abierta, encuentran ese Código Secreto propio, que nos impulsa a interrogar, a preguntar, a esa búsqueda esperanzada.
    Al leer sus poemas, notamos que no finalizan, no se cierran, quedan abiertos, generosos, al lector invitándolo a seguir, dejándose guiar por ese itinerario de la verdad. Nos hace recordar a Denis Diderot, otro enamorado de la verdad; pero no de cualquier forma de acceso a ella, sino que su amor se dirige hacia la verdad que se alcanza a través de la razón.
    En el libro de poemas “Código Secreto”, nos encontramos con preguntas que no tienen respuestas, sino nuevas preguntas; signos de interrogación, curvos, suaves, sensuales... pero con un punto, mínima expresión de una recta, un punto de partida hacia un lugar elegido por el propio lector, un hombre, ese hombre que Miguel de Unamuno nombraba, definía en su “Del Sentimiento Trágico de la Vida”.
    “¿Dónde estará Dios?”(1), “¿Dónde estará la causa perdida? ¿Dónde recuperarla?”(2) Preguntas de búsqueda, de motor, de trabajo interno.
    Pero en estos poemas existe una mala palabra. Es decir, una palabra cargada negativamente al punto de darle una dimensión de condena, de caída, y esa palabra es “inútil”. Muchos de nosotros la utilizamos muy livianamente, pero Lóizaga le da esa dimensión:

    “por tanto odio inútil
    por tanta sangre inútil”.(3)

    “Tanto gesto inùtil
    tanto ruido.”(4)

    Es curioso, pero el uso, la utilidad aparece como un contrario, como si la inutilidad sea una característica de muchas cosas del hoy, y la utilidad, el buen uso una excepción. La palabra inútil cerca de odio y sangre derramada, se presenta en una relación simbólica, denunciante y recordatoria.

    “Código Secreto” fue editado en 1991, y “Nueva York y otros poemas” en 1999; casi diez años de separación, de diferencias uno del otro; y a pesar de que en el último libro se anexaron poemas del primero, se diferencian notablemente, se redescubren y reconstruyen.
    La madurez espiritual de “Código Secreto”, no está en “Nueva York y otros poemas”. En este último, el pensamiento lóizagueano toma otro rumbo interrogativo, más personal, con nombres, con personas, con personajes, con él mismo, con un mundo con mucha piel sin tocar, sin acariciar. Otros interrogantes, “lluvia de utilería”. Pero, anexa tres poemas clave de “Código Secreto”: Causa, dedicado a otro poeta argentino Alberto Girri; Seminarista, dedicado a Fabio Alvarez Esturao; y Certezas e Interrogantes, dedicado a él mismo; es decir a todos nosotros.
    Ese anexo nos refresca, nos recuerda que no olvidemos, que no dejemos de reparar en esa búsqueda.
    Dos libros, y dos caras de una misma moneda: la naturaleza humana; lo espiritual, lo material; no unidos ni mezclados, imbricados para que lo líquido, lo mediático, el ahora y chá de esta posmodernidad no se filtre.
    Leer “Itinerario” es pensar en la otredad, pero con caridad mutua, del uno y del otro. No solo entenderlo, sino comprenderlo, tener compasión de lo que generamos en el otro.

    Cómo saber si el regreso
    Es un camino,
    Si todo camino desandado
    Ya no es camino
    Sino arrepentimiento
    Borrador borrado,
    Sin tachadura,
    Sin huella,
    Borrador corregido,
    Anulado,
    Asesinado.

    Yo, supongo.
    Conjeturo.
    En el mejor de los casos,
    Especulo.
    Ensayar hipótesis
    Puede implicar
    Un peligroso
    Ejercicio intelectual.

    Quisiera equivocarme
    Sin herir,
    Sin dañar a nadie.
    Generosos
    Y reveladores errores:
    Inteligentes errores,
    Sin víctimas ni victimarios,
    Frutas ácidas y nutrientes.
    ¿Por qué no?

    .......................................................

    Pero, ¿quién no hiere al equivocarse?, ¿quién no victimiza, o es víctima en esta búsqueda?, ¿Se puede?, ¿Se debe?. “¿Por qué no?”.
    Una pregunta que invita a un logro, un objetivo en esa búsqueda, una actitud, una demanda de otro tipo de respuesta, un lenguaje, un lenguaje perdido; y esta respuesta poetizada nos toca contestarla a nosotros, pero Lóizaga la responde por nosotros por única vez. La pregunta la realiza en su último poema del último libro de poemas, y la respuesta la da en su primer libro, en el poema “Código Secreto”, como un círculo cerrado de pensamiento, abierto a todos y a él mismo, un itinerario iluminado por un lenguaje perdido encontrado por esos pocos que no ven la claridad, sino la luz.

    No son las palabras
    No todos los gestos
    No son los recuerdos
    No todas las miradas
    No son los juramentos
    No nos nombran
    Nadie las oye
    Excepto dos.
    Voces únicas.
    Tuyas.
    Mías.
    Nuestras.
    Lenguaje perdido.
    Código Secreto.

    Patricio Lòizaga muriò el 1 de Enero del 2006 de una neumonía bipolar. Los que trabajamos con èl y compartimos el honor y el privilegio de su amistad, sabemos que es una pèrdida irreparable.
    Nos duele no poder verlo, pero seguimos adelante con su trabajo que es su legado de vida de trabajo.
    Puedo hablarse de èl de muchas maneras; pero nadie negarà que fue un poeta, uno de los tantos hombres que nos marcan y que la vida ya no es igual.

    “nada tiene sentido,
    Si vos no estàs”…..

    Marìa del Carmen Romano

    Notas

    (1) de “Seminarista”. Còdigo Secreto. Grupo Editor Latinoamericano. Año 1991
    (2) De “Post-eternidad”. Còdigo Secreto. Grupo Editor Latinoamericano. Año 1991
    (3) De “La Plaza de los ausentes”. Nueva York y otros poemas. Ediorial Emecè. Año 1999.
    (4) De “Silencio”. Còdigo Secreto. Grupo Editor Latinoamericano.Año 1991

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  2. felicitaciones por el blog

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