domingo, 8 de febrero de 2009

Cultura, más de veinte años de publicación ininterrumpida





Hacia mediados de 1983, casi un año después de la derrota militar protagonizada por los representantes de la dictadura militar en las islas Malvinas, la Argentina comenzaba a despertar de una tenebrosa y extendida pesadilla que se había iniciado el 24 de marzo de 1976.
La euforia democrática hace su aparición. En el campo cultural, los renovados engranajes de la imaginación comienzan a girar lentamente. No fueron pocos los que percibieron la necesidad de reiniciar el debate público de ideas clausurado con violencia en 1976. Patricio Lóizaga fue uno de ellos. En aquel mítico invierno de 1983, que hoy nos parece tan lejano, comenzó a recabar opiniones, realizó consultas, se reunió en bares, abultó su factura telefónica, vendió algunos bienes personales y se decidió, no sin audacia, a iniciar la gran aventura: publicar una revista cultural que llegara a los kioscos.
El número cero de la revista Cultura comenzó a circular hacia la segunda mitad del año. En marzo de 1984 apareció en los kioscos el primer número. En su editorial, el director le comentaba al posible lector “… Comencé a recorrer el oído de escritores, críticos de arte y empresarios con una idea en borrador: reflejar en una revista la cultura de la Argentina contemporánea, expresar a los hombres y mujeres de nuestra cultura y con ellos convocar a ese público que hoy siente un impulso renovado de mirarse en el espejo de nuestros creadores.”
En este primer paso de un recorrido que llegó a más de veinte años de publicación ininterrumpida, aparece en tapa Marco Denevi, a quien se le dedica una extensa entrevista realizada por el propio Lóizaga: "Denevi, el oficio de pensar". Esta elección encarna una definición: Marco Denevi sólo se representaba a sí mismo; aislado desde 1968 en su departamento de Belgrano, se ganaba la vida escribiendo y podía compartir con quien lo quisiera escuchar sus sinceras e incisivas opiniones, muchas de ellas vertidas en una mesa del café Del Virrey, en la esquina de Cabildo y Virrey del Pino. Percy B. Shelley, en su Defensa de la poesía, concluye que “los poetas son los legisladores no reconocidos del mundo. “ De esta afirmación podríamos inferir, sin temor a equivocarnos, que los novelistas son los historiadores no reconocidos de la humanidad, los que universalizan lo particular de la historia; los que registran los hechos de la vida cotidiana a través de las desesperadas peripecias y las pequeñas miserias de sus personajes. Esto propone Denevi cuando comenta: “… La historia (con mayúscula), la historia de los historiadores, prescinde de la modesta, de la humilde aventura que cada uno de nosotros emprende desde el momento de nacer hasta el momento de morir. ¿Qué le importa, a la historia, el destino de un soldado o el destino de un niño o la muerte de un viejo? En cambio la narrativa, hasta cuando se ocupa de un rey, rescata la maravillosa especificidad del ser humano… “. Palabras que en más de una manera coincidían con las de Lóizaga cuando expresaba en su primer editorial: “… Aquí estamos, sin otra pretensión que ofrecerles una respuesta a todos aquellos que creen en nuestra cultura y en las gentes que en ella y por ella trabajan.”
Esta fue una de las consignas que guiaron al responsable de la publicación y sus colaboradores a través de su primera época, en la que la revista se propuso crear el espacio para ejercer una mirada interior que nos permitiera observarnos en la contracara de nuestra propia realidad. En este período, Cultura se caracterizó por publicar extensas entrevistas, en su mayoría realizadas por el director, y dedicar las fotografías de tapa a los entrevistados: un conjunto de destacados creadores, pensadores y artistas plásticos. Estas entrevistas se complementaban con ilustrativos epígrafes, en muchos de los casos tomados de las palabras del entrevistado: Ricardo Piglia (“Después de todo, los escritores aspiramos a la música”); Juan José Sebreli (“La mejor ensayística sobre la Argentina es extranjera”); Tomás Eloy Martínez (“Los argentinos fuimos civilizados a golpes de barbarie”); Beatriz Sarlo (“Una pensadora en los márgenes”). En esta etapa ocuparon también la portada de Cultura Luis Benedit y Guillermo Kuitca. La imagen de este último apareció en la cubierta acompañada por un título y un avance de la nota, que en más de una manera señalaban particularidades y comportamientos en el panorama cultural: “El caso Kuitca: es el pintor argentino más exitoso de todos los tiempos y hace diez años que no exhibe en el país.”
En estos años la revista incluyó varias columnas de opinión, en las que los diversos aspectos de la vida cultural argentina fueron comentados y analizados por un conjunto renombrado de críticos, escritores e intelectuales, entre los que se contaban Ernesto Schoo, Jorge Glusberg, Pompeyo Camps, Fermín Fèvre, Marcelo Zapata, Alberto Bellucci, Abel López Iturbe, Nelly Perazzo, Alberto Farina, Edwin Harvey y Oscar Hermes Villordo. El final de los ’80 no fue bondadoso con Cultura, que a partir de 1989, crisis económica mediante, comenzó a aparecer trimestralmente. Sin embargo, fue un tiempo de gran creatividad para su director, quien produjo una serie de ediciones especiales entre las que sobresalen las dedicadas a Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y Victoria Ocampo. Estas, es evidente, ponían de manifiesto la decisión de aceptar la diversidad de nuestra tradición literaria, de ponerle una faja de clausura a aquellos tiempos en que la fraccionalidad existente en el campo de la cultura y de la política pretendía su negación en los términos más absolutos. Esta aceptación de la diferencia, una de las características de Cultura, era acompañada por una mirada que protagonizaba múltiples cuestionamientos en todos los campos de la creación humana, que tenía sus propias marcas signadas por un texto poético de Lóizaga escrito en los ’90: Quiero ser un hombre / Con pocas certezas / Con muchos interrogantes. / Descreo de los hombres / Con todas las respuestas / Ninguna pregunta, una línea argumental que nos trae a la memoria aquella vieja consigna que afirma que toda pregunta, tanto en el territorio de las ciencias como en el del arte, no necesita precisamente una respuesta; sólo nuevas preguntas, convirtiéndose éstas en las grandes respuestas.
Terminada la década del ’80, Cultura comienzó un proceso de cambio. Los entrevistados no eran sólo argentinos y comienzaban a aparecer autores extranjeros. Es el caso del narrador norteamericano Bret Easton Ellis autor de American psycho, que desde las páginas de la revista fue introducido en nuestro país. Marta López Gil y Enrique Valiente Noailles exploraban desde sus columnas de filosofía distintas facetas del pensamiento contemporáneo y se produjo un cambio notable: comienzaban a aparecer en sus sumarios una serie de títulos relacionados con la sociología de la cultura y el análisis cultural.
Paralelamente, a través de concursos organizados por Cultura, se otorgaron becas para contribuir a la formación de jóvenes escritores y artistas plásticos. Éstas fueron obtenidas por Paula Socolovsky (artes plásticas), Eduardo Berti y Marcelo Birmajer (letras).
En 1997, Patricio Lóizaga participó junto a Daniel Samoilovich (Diario de poesía), Beatriz Sarlo (Punto de vista), Quintín (El amante) y María Sáenz Quesada (Todo es historia), de la creación de la Asociación de Revistas Culturales de la Argentina (ARCA), institución que buscaba, entre otros objetivos, impulsar la compra de revistas culturales por parte del Estado, y que éste las distribuyera en las bibliotecas públicas de todo el territorio argentino. Debe destacarse que muchas de estas revistas, esenciales al debate de las ideas y la producción cultural, no están disponibles a nivel nacional, y que el hecho de ponerlas al alcance de los lectores a través de las bibliotecas públicas, no es un deseo caprichoso de los editores, sino una necesidad para que aquellos creadores e investigadores que están alejados de los grandes centros urbanos tengan la posibilidad de participar de este proceso y gocen de una mayor igualdad de oportunidades respecto de sus colegas de las grandes urbes. Es en esta militancia en que se advierte la capacidad demostrada por Lóizaga en las diversas facetas de la gestión cultural, que no se amilanaba ante la adversidad ni los designios negativos del mercado.
En 1998 lanzó una nueva revista en formato tabloide: El grito, que tuvo un gran éxito de venta pero que no logró captar la publicidad necesaria para sobrevivir. Sus únicos dos números la muestraban decidida por la renovación de la forma; su innovador diseño, ideado por el propio Lóizaga, ha marcado rumbos en el medio. En su sumario presentaba una gran amplitud de criterio. Artículos y notas dedicados a Paul Auster, la narrativa chilena actual, la arquitectura en los ’90, Philippe Starck, Guillermo Kuitca, Jackson Pollock, César Pelli, Néstor Perlongher, Alejandra Pizarnik y Bret Easton Ellis, entre otros, señalaban los intereses de la publicación y el convencimiento de que la cultura no reconoce fronteras y de que la difusión de hechos culturales sucedidos fuera de nuestro ámbito territorial, puede ser el primer paso para iniciar un proceso de apropiación que enriquezca nuestra propia producción.
Las consecuencias de este traspié editorial fueron enriquecedoras, ya que a partir de él se reformuló el formato, el diseño y los contenidos de Cultura, que ahora comenzaba su segunda época y se proponía actuar como un espacio para el cruce de las experiencias culturales argentinas con las extranjeras. La revista asumió nuevas exigencias e intereses que reflejaban los de Lóizaga; un poeta y pensador que ha dado a conocer, entre otros títulos, dos volúmenes de poesía: Código secreto (Grupo Editor Latinoamericano, 1991) y New York y otros poemas (Emecé, 1999); los ensayos Mito y sospecha posmoderna (Lexicus, 1990), Cándido López – Fragments and details (NYU, 1993) y El imperio del cinismo (Emecé, 2000); una serie de conversaciones con intelectuales argentinos, La contradicción argentina (Emecé, 1995) y el Diccionario de pensadores contemporáneos (Emecé, 1996).
En su segunda época, Cultura recuperó aspectos de diseño de la desaparecida El grito. Sus sumarios reflejaban la voluntad de analizar la complejidad de las nuevas relaciones políticas y culturales, que comenzaban una drástica transformación luego de la caída del Muro de Berlín y su gravitación en el panorama nacional e internacional. Una de las tendencias que se adviertía en la publicación era la de revertir el clima de acriticismo que se había adueñado de nuestra sociedad en la primera parte de los ’90. La revista sumó a nuevos colaboradores: Gonzalo Villar, Mario Goloboff, y Rubén Ríos. Se le dedicaron notas a Jean-Paul Sartre, David Hockney, Eric Hobsbawm, Guillermo Kuitca, Julia Kristeva, Manuel Puig, Alain Finkielkraut, Horst P. Horst, José Luis de Diego, Alberto Girri, Alain Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti y Truman Capote, entre otros. Las bienales de arte y las grandes muestras realizadas en Europa y USA fueron reseñadas en la revista, que también dedicó un espacio importante al diseño, la moda, el cine y la publicidad.
Cultura se propuso cubrir todos los hechos relevantes en el mundo del arte, la ciencia y la política, y no sólo a nivel nacional. Pero existió para la dirección de la revista un tema que emergía número tras número: las políticas culturales. Varios títulos y editoriales dieron cuenta de las preocupaciones de Lóizaga, líder en este campo: “Hacia una cultura productiva”, “Revistas culturales”, “La Conabip y el financiamiento de las revistas culturales”, “¿Cuánto gasta el Estado argentino en cultura?”, “Políticas culturales”, “A pesar de la crisis actual aumenta la matriculación en carreras universitarias vinculadas al ámbito del arte y la cultura”, “Impugnan la idea de la cultura como resistencia frente a la crisis argentina”.
Esta tendencia se vinculó a otras actividades de Cultura y la editorial que la publica, a partir de la cual surgieron una serie de ediciones especiales: Guía cultural de la ciudad de Buenos Aires (1997), Tribute to Borges (1998, con textos en edición bilingüe de Bianciotti, Bloom, Cabrera Infante, Kodama, Savater, Sontag, Steiner, Tabucci y otros), Catálogo de Tributo a Borges (1999, edición especial que acompañó la muestra fotográfica homónima), Imágenes de New York (2000, edición especial de la exposición realizada en la NYU), el Primer catálogo de revistas culturales de la argentina (2001, relevamiento e investigación de Gonzalo Villar) y el Anuario de educación superior de la República Argentina (2001).
Asimismo Lóizaga concibió y editó los anuarios de Indicadores culturales (2001, 2002, 2003, 2004, 2005 y 2006), que reúnen información vital sobre el gasto público en el sector cultural, las ONGs y la cultura, los indicadores tecnológicos, los derechos culturales en el Mercosur, el turismo cultural, la formación de gestores culturales y los aportes de la cultura a la economía argentina.
Durante sus veintidós años de aparición, Cultura ocupó un lugar preponderante en ese espacio que denominamos cotidianamente “las revistas culturales”. En este territorio participó activamente, creando el ámbito propicio para la lectura y el análisis de los nuevos fenómenos que incidieron en nuestro campo cultural a partir de la globalización. Decididamente, Cultura tomó parte en el intercambio de ideas con una mirada renovada, donde lo que se denomina posmoderno o posmodernidad no debe ser considerado simplemente un agotamiento del proyecto de la modernidad.

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