domingo, 8 de febrero de 2009

Cuando las respuestas están en los interrogantes


Por María del Carmen Romano

Leí a Patricio Lóizaga antes de conocerlo. Fue su poesía lo primero que escuché de él; después vendría su cátedra de cultura contemporánea en la universidad, y sus libros de ensayos, como también el famoso Diccionario de pensadores contemporáneos.
Fue mi profesor en la universidad, y al verlo no lo relacioné a su poesía. Un hombre ceremonioso, exigente, catedrático y aparentemente distante; no perfilaba a ese hombre que escribió “Seminarista”, donde ahonda en los recovecos oscuros de otro hombre perdido en Dios, describiendo su condena con cariño, comprensión y compasión. No podía ser aquel que una noche escribió “Código secreto”; y digo de noche porque sólo en una noche oscura puede escribirse un poema tan luminoso, un poema gritado en silencio, a escondidas; gritando en la búsqueda de ese lenguaje perdido en otro: ¿Dónde está ese otro que me lleva dentro? No podía ser ése que de solo la primer lectura me hizo memorizar “Itinerario”, para incorporar la pregunta última en momentos de decisión: “¿Por qué no?”.
No podía ser aquel que nos sermoneaba con sentimiento claramente paterno, en “Jugar con los sentimientos”, advirtiéndonos la dureza de ciertos corazones y actitudes a los que debemos huirles “.....no habrá más que una única víctima”.
Si, era él: catedrático, riguroso, detallista, impecable; pero delatado en su mirada, una mirada que lo denunciaba “poeta”.
No es difícil leerlo; pero en el caso de su obra poética, nos encontramos con un estilo accesible a todos y para elegidos. Hermético y oscuro, brinda claridad a todos, pero luz a pocos.
Por supuesto que este tipo de poetas generan diferentes reacciones: a aquellos que les gusta, al que no les gusta y a los que disgusta; pero Lóizaga no genera apatía.
Sabido es, que el amor tiene su contrario, que no es el odio, es la apatía. Lóizaga genera sentimientos; la nada no tiene lugar en su poesía, no cabe en este espacio.
Retomando la reacción que genera, muchos manifiestan desacuerdo, y hasta el enojo desesperado de no comprenderlo; pero aquellos que lo leen en clara profundidad, abiertamente, encuentran ese código secreto propio, que nos impulsa a interrogar, a preguntar, a esa búsqueda esperanzada.
Al leer sus poemas, notamos que no finalizan, no se cierran, quedan generosamente abiertos al lector, invitándolo a seguir, dejándose guiar por ese itinerario de la verdad. Nos hace recordar a Denis Diderot, otro enamorado de la verdad; pero no de cualquier forma de acceso a ella: su amor se dirige hacia la verdad que se alcanza a través de la razón.
En el libro de poemas Código secreto nos encontramos con preguntas que no tienen respuestas, sino nuevas preguntas; signos de interrogación, curvos, suaves, sensuales... pero con un punto, mínima expresión de una recta; un punto de partida hacia un lugar elegido por el propio lector, un hombre, ese hombre que Miguel de Unamuno nombraba, definía en su Del sentimiento trágico de la vida.“¿Dónde estará Dios?”, “¿Dónde estará la causa perdida? ¿Dónde recuperarla?”. Preguntas de búsqueda, de motor, de trabajo interno.
Pero en estos poemas existe una mala palabra. Es decir, una palabra cargada negativamente al punto de darle una dimensión de condena, de caída, y esa palabra es “inútil”. Muchos de nosotros la utilizamos muy livianamente, pero Lóizaga le da esa dimensión:

“(…) por tanto odio inútil
por tanta sangre inútil.”

“(…) Tanto gesto inùtil
tanto ruido.”
Es curioso, pero el uso, la utilidad, aparece como un contrario, como si la inutilidad sea una característica de muchas cosas del hoy, y la utilidad, el buen uso una excepción. La palabra inútil cerca de odio y sangre derramada, se presenta en una relación simbólica, denunciante y recordatoria.
Código secreto fue editado en 1991, y New York y otros poemas en 1999; casi diez años de separación, de diferencias uno del otro; y a pesar de que en el último libro se anexaron poemas del primero, se diferencian notablemente, se redescubren y reconstruyen.
La madurez espiritual de Código secreto, no está en New York y otros poemas. En este último, el pensamiento loizaguiano toma otro rumbo interrogativo, más personal, con nombres, con personas, con personajes, con él mismo, con un mundo con mucha piel sin tocar, sin acariciar. Otros interrogantes, “lluvia de utilería”. Pero anexa tres poemas clave de Código secreto: “Causa”, dedicado a otro poeta argentino Alberto Girri; “Seminarista”; y “Certezas e interrogantes”, dedicado a él mismo; es decir a todos nosotros.
Ese anexo nos refresca, nos recuerda que no olvidemos, que no dejemos de reparar en esa búsqueda.
Dos libros, y dos caras de una misma moneda: la naturaleza humana; lo espiritual, lo material; no unidos ni mezclados, imbricados para que lo líquido, lo mediático, el ahora y ya de esta posmodernidad no se filtre.
Leer “Itinerario” es pensar en la otredad, pero con caridad mutua, del uno y del otro. No solo entenderlo, sino comprenderlo, tener compasión de lo que generamos en el otro.

Cómo saber si el regreso
Es un camino,
Si todo camino desandado
Ya no es camino
Sino arrepentimiento
Borrador borrado,
Sin tachadura,
Sin huella,
Borrador corregido,
Anulado,
Asesinado.
Yo, supongo.
Conjeturo.
En el mejor de los casos,
Especulo.
Ensayar hipótesis
Puede implicar
Un peligroso
Ejercicio intelectual.
Quisiera equivocarme
Sin herir,
Sin dañar a nadie.
Generosos
Y reveladores errores:
Inteligentes errores,
Sin víctimas ni victimarios,
Frutas ácidas y nutrientes.
¿Por qué no?
Pero, ¿quién no hiere al equivocarse? ¿Quién no victimiza, o es víctima en esta búsqueda? ¿Se puede? ¿Se debe? “¿Por qué no?”.
Una pregunta que invita a un logro, un objetivo en esa búsqueda, una actitud, una demanda de otro tipo de respuesta, un lenguaje, un lenguaje perdido; y esta respuesta poetizada nos toca contestarla a nosotros, pero Lóizaga la responde por nosotros por única vez. La pregunta la realiza en su último poema del último libro de poemas, y la respuesta la da en su primer libro, en el poema “Código secreto”, como un círculo cerrado de pensamiento, abierto a todos y a él mismo, un itinerario iluminado por un lenguaje perdido encontrado por esos pocos que no ven la claridad, sino la luz.

No son las palabras
No todos los gestos
No son los recuerdos
No todas las miradas
No son los juramentos
No nos nombran
Nadie las oye
Excepto dos.
Voces únicas.
Tuyas.
Mías.
Nuestras.
Lenguaje perdido.
Código secreto.

1 comentario:

  1. Muy intensa y reflexiba su poesía, me encantaría enviarle mi nuevo libro y escuchar sus comentarios. Gracias.

    Hernán Sánchez Barros Rojas

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