domingo, 8 de febrero de 2009

Notas sobre la experiencia poética


Por Patricio Lóizaga

Comencé a escribir poesía a los diez años, cuando visité por primera vez las tumbas de Cayastá, primera fundación de Santa Fe.
En 1976, cuando mi prima hermana Mercedes Laclau fue secuestrada por la dictadura escribí una larga canción que nunca he publicado.
La poesía volvió unos años después, a fines de los ’80 en una galería del Reydon, un colegio inglés de Cruz Chica, Córdoba, que a partir de diciembre funcionaba como hostería. Allí solía pasar una semana antes de viajar a España y Francia. En esa época leía y releía la poesía de Girri y Borges. Repentinamente, una tarde escribí el poema “Causa”, dedicado a Girri; inmediatamente después surgió “Seminarista”. Esos dos poemas fueron publicados junto con “Certezas e interrogantes” en la contratapa del suplemento cultural de Clarín. Allí los descubrió, por casualidad, María Kodama, que generosamente se ofreció a prologarlos cuando configuraron, con otros textos, un libro.
El conjunto de poemas que integran este nuevo libro corresponde a “lo que quedó de la producción realizada entre 1991 y 1999”.
Estimulado personalmente por Alberto Girri y por las exégesis de Elizabeth Azcona Cranwell, María Rosa Lojo y María Adela Renard entre el año 1991 y 1992 completé un libro de unos veinte poemas. Un virus informático se lo devoró. Sólo el texto “New York”, escrito en septiembre de 1992, pudo ser rescatado. Una colaboradora de aquel entonces, Luisa Rohr, con quien viajaba frecuentemente por razones académicas a Harvard y a New York , me pidió que le regalara el manuscrito. Fue publicado en el suplemento cultural de La nación el domingo 25 de abril de 1993.
No pude reconstruir ninguno de los textos devorados por la “tecnología”. Y la verdad es que me llevó un buen tiempo volver a escribir poemas, excepto el dedicado a Cándido López, que es algo a sí como un desprendimiento de un texto para un homenaje realizado a fines de 1993 en la America’s Society y publicado por la New York University.
Me atrevería a decir que mi género por definición es el ensayo y que no deja de sorprenderme la escritura poética. Sin embargo, hay un espacio que sólo puedo expresar en la poesía. Según me dicen mis amigos poetas estoy abandonando lo que María Rosa Lojo llamó “pensamiento poetizado” y esto supondría haber logrado un discurso mucho más sensible y abierto. Escribo en papeles de toda índole, hasta en recibos de pasajes, como el caso de “Homeless”, escrito en un viaje en tren de Roma a Venecia.
Muchas veces he extraviado esos papeles, y debo al carácter obsesivo de mi asistente el haber recuperado algunos de estos pequeños textos. A diferencia de lo que me sucede con la obra ensayística, tardo meses, a veces años, en volcarlos a la computadora. Quizás me quedó un trauma por aquel segundo libro de poemas perdido.

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