lunes, 17 de enero de 2011

Patricio Lóizaga y su paso por Cancillería


Los problemas de la administración cultural

Su gestión duró nueve meses, tiempo en que Patricio Lóizaga (36 años) se propuso que la cultura argentina se exportase y dejara de emigrar, y para que no fuesen funcionarios desvinculados del quehacer cultural los que tomasen decisiones – una forma de terminar con las trenzas – convocó a instituciones de trabajadores, empresarios y de actores de investigación académica cultural, con quienes creó consejos consultivos que están en marcha.
Como un ejecutivo de la administración de cultura, creyó cumplida su etapa y volvió a la actividad privada; no quiso usufrutuar de los viáticos que se pagan por los viajes al exterior. Además, cree que así su anhelo de instalar el debate sobre la situación cultural tiene mayor credibilidad.
Desde hace siete años dirige y edita la revista Cultura, ha publicado el libro Mito y sospecha posmoderna, conduce un programa radial semanal, estudia filosofía, es administrador de empresas y dicta conferencias en el ámbito nacional e internacional.
Con profundas raíces en el campo nacional, adhirió al comienzo de los años ´70 al peronismo, y apoyó a Carlos Menem desde la primera hora.
Con muchos interrogantes a cuestas, Lóizaga entiende que la cultura no puede ser postergada, que ha llegado la hora de que los sectores interesados se organicen para exigir respuestas concretas.
Aunque no es partidario de los proyectos hegemónicos, cree que este tema de establecer un gran acuerdo entre los principales partidos, implementando una legislación adecuada para terminar con la indiferencia y con el uso oportunista que se hace de la gente de la cultura.

Por Mona Moncalvillo, Humor, junio de 1990


¿Por qué renunciaste a tu cargo de director de Asuntos Culturales en la Cancillería?

Renuncié en febrero de este año y tardaron unos cuarenta días en encontrarme reemplazante, que es Elsa Kelly, una grata sorpresa, porque yo la conocía muy superficialmente y desde el momento en que se hizo cargo descubrí que teníamos muchos puntos de coincidencia. ¿Por qué renuncié? Cuando acepté el cargo entendí que podía contribuir con mi experiencia profesional y empresaria y de frecuentación en el ámbito de la cultura, a optimizar los mecanismos en esa área. En febrero sentí que ya había cumplido con ese objetivo, creé unos consejos consultivos, donde convoqué a los trabajadores y a los empresarios de la cultura y a los actores de la investigación académica. Labramos un acta en todos los casos y les propuse que tuvieran voz y voto. Esto fue de hecho, de facto. Elsa Kelly tiene la intención de reglamentarlo a través de una resolución ministerial, e incluso, si hiciera falta, por un decreto del Poder Ejecutivo. Estos consejos apuntaban a que los sectores interesados discutieran y debatieran qué había que promover en el exterior.

¿Y qué salió de todo eso?

Por de pronto, la constitución en sí de los consejos, que fue una medida verdaderamente innovadora, porque antes decidían los funcionarios. Nosotros llamamos a mas de veinte instituciones que representan gremialmente a los trabajadores de la cultura, digamos la Sociedad Argentina de Escritores, para ejemplificar en el tema del libro; la Asociación de Críticos e Investigadores Teatrales, la Asociación de Galeristas, la de Críticos de Arte… En el campo de los empresarios, a la Cámara del Libro... En cambio no hay una asociación que reúna o nuclee a los críticos literarios, quienes de paso, merecen un párrafo aparte, porque hay muchos escritores que hacen crítica, y no está bien perfilada y definida. Además, los mejores críticos, los más notables, tienden a ocuparse de escritores muertos, o de otras épocas. No trabajan en la creación de un aparato crítico para la generación del ‘70, del ‘80 o del ’90 que iniciamos.

Y de la formación de gente joven.

Claro, apuntar al presente y al futuro, sin desconocer el pasado. También en el peronismo hay una idea anacrónica de lo cultural. Es notable que algunos sectores propongan algún arquetipo o una identidad cultural preindustrial y preinmigratoria. Este es un grave pecado político, porque un movimiento que nace como consecuencia de la inmigración tanto interna como externa y que desarrolla y acompaña un proceso de industrialización, no puede negar estos dos componentes en la formulación de lo que puede ser su aspiración como identidad cultural. No me parece mal que un conservador lo plantee en estos términos, pero en el peronismo resulta por lo menos curioso.

Bueno, hay muchas curiosidades últimamente. Me da la sensación, por la vastedad de tu función, de que todavía no estaba cumplida, que ni siquiera había empezado. ¿Hubo algún desengaño en el camino que te hizo renunciar?

No, no. Incluso estoy muy agradecido y reconocido hacia Cavallo y Mario Cámpora, que era mi jefe directo, porque me dieron una gran autonomía. Me fui en muy buenos términos, cosa que resulta sorprendente en este gobierno, porque por lo general los funcionarios se van protestando, o porque tienen algunas dificultades. Todos están agarrados del sillón. Pero yo, por un lado estaba desatendiendo mis actividades; por otro lado había cumplido una primera etapa para la cual me parecía que podía ser útil. Y además, fui elaborando una propuesta para toda la administración cultural del país, para abrir un debate en torno a esto. Ello requería también que yo estuviera fuera del gobierno, para que no se interpretara como una lucha de áreas dentro del poder.

¿Qué opinión te merece la gestión de la Subsecretaría de Cultura de la Nación?

Creo que el problema es estructural; entonces, más allá de las buenas intenciones de los funcionarios me parece que no se puede obtener resultados mientras no se replantee, se redefina y se rediseñe la administración cultural. Siempre digo que “cultura” es uno de los términos donde la polisemia está exacerbada con pocos conceptos. Tiene múltiples significados y evidentemente, desde un punto de vista antropológico, comparto lo que imponen los pensadores alemanes desde hace ciento cincuenta años: cultura es todo lo que el hombre transforme y se opone a la naturaleza. Pero en administración cultural es otra cosa. Es el teatro, la música, el cine, la literatura, las artes plásticas, la conservación del patrimonio cultural… Tiene un terreno bien específico. Esta confusión respecto del término “cultura” me parece que produce una gran ignorancia y rechazo por parte de la dirigencia en general, y especialmente de la dirigencia política, que salvo excepciones tiene una idea anacrónica de lo que es cultura, y además desconoce lo que es la administración cultural. Consecuentemente no se mete con el tema y por eso la administración cultural termina siendo siempre la Cenicienta.

En general la gente de la cultura, y la del peronismo en particular, suele sentirse usada por los gobiernos peronistas.

En el peronismo y en el radicalismo. En el radicalismo también se convocaba a intelectuales y artistas para poner la cara, para firmar solicitadas en momentos preelectorales. No me parece del todo bien. No tengo una opinión definitiva; en principio me parece que un escritor y un pintor se expresan a través de su obra; y naturalmente tienen derecho a sentir una adhesión política y hasta militante. Pero cuando uno vé esas solicitadas con cientos de firmas de notables, lo que pienso es como están usando a los trabajadores de la cultura los políticos, o como alguno de los trabajadores de la cultura especulan para tener un cargo.

Has pedido concretamente la disolución de la Subsecretaría de Cultura.

Sí, la vez pasada me invitaron a dar una conferencia y propuse la disolución de la Subsecretaría y su reemplazo por un Consejo Nacional para la Cultura, donde los agentes dinámicos de la cultura, esto es los trabajadores, los empresarios y aquellos que se ocupan de la investigación teórica de estos temas, tengan un protagonismo en la decisión de la administración cultural. También, para no correr el riesgo de que eso se transforme en una estructura de tipo corporativo, he propuesto la intervención parlamentaria y del Poder Ejecutivo. Otra de las propuestas es que las actuales Direcciones Nacionales del Libro, de Artes Visuales, de Música y de Teatro, se transformen en institutos de promoción cuyo objetivo central sea promover, nunca orientar. Creo que el Estado no debe orientar en la cultura; es propio de los gobiernos autoritarios.

¿Tuviste opositores a esta propuesta de crear el Consejo Nacional?

A esta propuesta no. Tuve opositores en su momento, o algunas manifestaciones de oposición del entonces subsecretario de Cultura, Durán, a la existencia de los consejos consultivos en la Dirección de Asuntos Culturales.

¿Qué pasa con el presupuesto para cultura?

El hecho de que no haya plata para la cultura creo que no está analizado en profundidad. El último registro del presupuesto es de 0,23%, pero el problema no consiste en cuanto se asigna, sino en cómo se administran esos recursos. Si te digo que dos ex directores del Museo de Bellas Artes uno de ellos Daniel Martínez, me ha dicho que él estima que hay alrededor de mil millones de dólares en obras en el museo…, y el otro, Fermín Fevre, no llega a los mil millones pero dice: “Creo que 500 y 800 millones hay de patrimonio”…
En principio me atrevo a decir que el Estado no puede garantizar ni la conservación, ni la seguridad, ni la difusión de esas obras. Creo que sobre esto hay que abrir un debate. Muchas de esas obras son donaciones con cargo, no se pueden vender, pero también mucha gente puede pensar qué hace a nuestro patrimonio cultural conservar un Rembrandt… Es un tema discutible. Podemos llegar, a lo mejor, a la conclusión de que no deben salir del país pero quizás haya un método más inteligente de explotarlas comercialmente creando recursos, y que la gente las pueda ver. Y a la vez esos recursos pueden utilizarse para comprar obras. Los museos de todo el mundo compran obras de artistas contemporáneos. El Museo de Bellas Artes debería tener el mejor Berni y no lo tiene… Y debería tener el mejor López Armentía o el mejor Lecuona, los artistas de alrededor de cuarenta años… Algunos a través de una fundación o un mecenazgo, han ingresado al museo. Y esto merece una aclaración: el mecenazgo es útil pero insuficiente. La contribución que el mecenazgo puede hacer es mínima, casi insignificante, por más que se enojen algunos.

También es elitista, porque ¿Qué tiene que ver eso con lo que significa toda una política cultural?

Claro, exactamente. Propongo que se estudie la posibilidad de implementar una ley de desgravación y que se cuente con una masa presupuestaria efectiva y real, independientemente del porcentaje que se le asigne en el presupuesto nacional. Ver cómo se construye esa masa presupuestaria efectiva y real para que el Estado compre cuadros, libros para bibliotecas… no creo que el Estado deba tener una editorial como ECA, debe comprar a las editoriales y favorecer el desarrollo y fortalecimiento de una industria cultural autónoma e independiente, nacional. En esto no debe competir jugando de empresario en el campo de la cultura. Tiene que comprarles cuadros no a los pintores, a los galeristas… ¿Cómo hace el Estado para comprar cuando no tiene ni para arreglar el ascensor del Museo de Bellas Artes?. Ahí está un patrimonio que hay que empezar a considerar qué se hace con él. Decía, una ley de desgravación… algunos impuestos específicos. Sé que los argentinos estamos hartos de impuestos pero algunos pueden ser útiles.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo, hay una competencia desleal con la industria editorial. Todos sabemos que determinados libros se fotocopian, por el costo que tienen. Entonces, aplicarle un impuesto a un bien capital como es una fotocopiadora, un porcentaje que no va a incidir en la producción ni en la importación de fotocopiadoras, y que el resultado de esa imposición sea derivado a la promoción de la industria editorial…Por otra parte, en el caso de a industria del papel cabe una reflexión: la Argentina está hoy en los diez o doce millones de dólares de exportación anual de industria editorial.

Es una industria totalmente venida a menos ahora…

Sí, habíamos ocupado un lugar trascendental en toda Latinoamérica, México y España. En Colombia la industria editorial está por encima de los cien millones de dólares en exportación. ¿Qué pasó con el libro en la Argentina?... Por proteger otra industria, la del papel, el Estado perjudicó sensiblemente la del libro.

¿No será que los propios trabajadores de la cultura han gestionado todo el quehacer cultural, y que los gobiernos se han despreocupado, precisamente por la falta de exigencia?...

Justamente creo que uno de los pocos sectores en este país que no ha tenido “lobby” es el de los trabajadores de la cultura. Por eso me parece que ha llegado la hora de que ellos ejerzan una sana presión sobre la dirigencia y la opinión pública en general, para reclamar su espacio. La excelencia del producto cultural argentino es el resultado del esfuerzo individual. Escritores que no viven de sus derechos de autor; pintores que no viven de la venta de sus cuadros…

¿Quién coincide con tu planteo? ¿Quién lo avala? Porque sería revolucionario llevarlo a la práctica…

Julio Bárbaro ha dicho públicamente que él lo comparte…

Sí, pero cuando llegó la hora de hacer un gran centro cultural como
El Imaginario, prefirió hacer un shopping, y optó por un empresario amigo del Presidente antes que dárselo a los hombres de la cultura

No conozco ese tema en profundidad, y me parece que en el Estado la adjudicación directa nunca fue buena consejera, sea al señor Falak o al señor Solanas. Puedo compartir la estética de Solanas y una serie sus propuestas para ese espacio. De todas maneras yo hubiera hecho una licitación, un concurso que contemplara no solamente el aspecto económico y comercial sino la calidad de lo que ahí se iba a realizar.

Solanas proponía que interviniera un grupo de gente de la cultura…

Por eso te digo que no lo conozco en profundidad. Tuve algunas charlas con alguna gente, y en un momento la idea que se comentaba era que Solanas pedía que le fuera adjudicado con el respaldo de gente muy prestigiosa. Yo creo que toda adjudicación que haga el Estado debe ser lo más transparente posible.

¿Creés viable con este gobierno, cuando parecería que la cultura sigue siendo la Cenicienta, implementar aquellas transformaciones?

No soy un militante ni una figura destacada, simplemente adherí. No lo sé. Me remito a proponerlo, a que se abra un debate, me parece que es importante no solamente lo que el gobierno pueda decir, sino lo que digan los otros partidos políticos, los propios trabajadores de la cultura. Por otra parte esto requiere todo un arsenal legislativo, un debate muy profundo, y no pasa por cambiar un funcionario por otro. Mi posición es no aceptar ningún cargo en la función pública hasta tanto no estén dadas las condiciones como para hacer un trabajo de estas características, de tal forma que he organizado mis actividades hasta por lo menos abril de 1991 y las tengo comprometidas con esa dirección.

En este momento estás trabajando en la revista Cultura

Acabo de publicar un libro, estoy trabajando en la revista, me voy cuatro meses al exterior, he logrado que algunas universidades del extranjero se interesen en algunas de mis conferencias sobre el tema de mito, política y poder y quiero promover suscripciones de la revista en el exterior. Además asesoro a una empresa de cobertura médica y estoy escribiendo. Tengo también una audición radial los domingos en Radio América

¿Cuánto hace que sos peronista? Venís del nacionalismo…

Simpaticé de adolescente con el nacionalismo. Viví en Tierra del Fuego en el año ‘70/’71 y en ese momento llené por primera vez mi ficha de afiliación en el peronismo. Nunca actué en política hasta que trabajé con el doctor Lúder entre julio del ’82 y marzo del ’83, momento en que me dediqué a mis actividades editoriales. Siento un gran respeto por Lúder. En ese momento pensé que no me interesaba la política, que no era un ámbito donde me podría sentir cómodo. Creo que éste es un problema, no de la Argentina sino del mundo, porque se está redefiniendo el papel de la política. Luego simpaticé con Menem, además lo conocí a Gustavo Béliz, hace dos años y medio, y me pareció un hombre de calidades excepcionales por su honestidad intelectual, por su ética y me acerqué.

En este modelo privatizador, por momentos salvaje, ¿Cómo se insertan tus objetivos?

Creo que en Argentina no hay un debate, hay una caricatura de debate, y estamos corriendo el grave riesgo de la simplificación. Hay cambios que necesariamente deben hacerse. Pero cuando simplificamos, cuando suponemos que porque A es malo, el opuesto B es bueno, y excluimos nuestra crítica de B, estamos destinados al fracaso. Del mismo modo me parece que hay una larga tradición de búsqueda de chivos expiatorios. Se buscó como tal a la izquierda, a los militares, a los sindicalistas, y hoy siento empíricamente que hay una tendencia a buscar como chivo expiatorio a la política, a los políticos… Creo que la Argentina está muy enferma en todos sus sectores y que hace falta una revisión crítica de todos ellos. Si creemos que el problema pasa porque tenemos mal políticos, y queremos endosarle la culpa de todo, fatalmente en esta simplificación vamos a ir a un nuevo fracaso.

Estás incursionando en el periodismo, algo bastante tentador para algunos, que también ha contribuido a desvirtuar lo que es su esencia…

Sí, sí, es una actividad que fatalmente está muy cerca del poder. Hay que tener muy presente cual es el rol a cumplir, no hay que dejarse seducir por otro poder que no sea esencialmente el del periodismo. Hay que cultivar y promover el poder del periodismo pero no otros.

Y evitar vender “graciosamente” teorías como la que sostiene Fukuyama: la muerte de las ideologías…

Creo que las ideologías no han muerto. Lo que se cuestiona, y me interesa mucho el tema, es la concepción de la ideología como idea en estado de intolerancia. Me parece que confundir la muerte de las ideologías puede ser analizado desde esta perspectiva: es como confundir ideologismo con racionalismo. En mi libro hago una fuerte crítica al racionalismo, pero no a la racionalidad. El ideologismo creo que merece una crítica, y que en todo caso, si muere el ideologismo como deformación de la ideología, enhorabuena. Pero es un poco inocente pensar que sea así. Me parece que la crítica tiene que estar dirigida a la deformación patológica de la ideología que es ideologismo, y no a la ideología en sí misma. Creo que la ideología política tal cual la concebimos en el siglo XIX ha sido desplazada por los medios de comunicación, por la religión. Otro tema interesante es la búsqueda de la utopía, la búsqueda de lo absoluto por parte del hombre. Si realmente, como postula Fukuyama, se universaliza en el hemisferio norte el estado liberal democrático, ¿Dónde va aquedar la búsqueda de lo absoluto y el derecho del hombre a la utopía? ¿Cómo se va a canalizar? Gran interrogante. A través de fundamentalismos, a través de sectas, de nacionalismos extremos…

Como propiciador de debates y de autocrítica, ¿Qué análisis hacés con relación al momento político que estamos viviendo?

No tengo una conclusión sobre esto, más bien tengo muchos interrogantes. Por otra parte, me gustan los interrogantes. En cualquier ámbito, cuando encuentro que alguien tiene solo respuestas y ninguna pregunta, ya no me interesa lo que dice. Tengo muchos interrogantes, permanentes.

¿Te sentís defraudado con el vuelco que ha dado el gobierno apelando a la política económica liberal al principio, como la de Bunge y Born, y ahora al contacto tan estrecho con los Alsogaray?

Me cae bien el modo de encarar los temas que plantea Erman González. No lo conozco personalmente, pero percibo que no es un hombre dogmático y esto me parece bien. No soy economista y no tengo ni una posición ni un programa económico al cual adherir, me parece que es un riesgo que ha tomado el Presidente. Las encuestas, si es que reflejan la realidad, señalan que el peronismo ha perdido un cincuenta por ciento de su electorado y señalan también que el presidente Menem volvería a ganar las elecciones, pero con otro electorado independiente. Recordemos, y creo que sería bueno que lo recuerde el Presidente, que este electorado es muy cambiante, que no tiene adhesiones que sostenga a través del tiempo; es un electorado eminentemente desconfiado.

¿Por dónde habría que comenzar, teniendo en cuenta la mala situación económica, para enmendar esta “deuda social” con la cultura?

Acá se plantea la reforma del Estado. Me parece que lo que habría que plantear es algo que la excede, que sería la transformación de la sociedad. La deuda social es una definición novedosa, y se establecen prioridades a atender: salud, justicia, seguridad, educación… Yo me pregunto: defensa nacional y administración cultural, ¿adónde van? Este es el gran interrogante. Ninguna de las dos pueden ir a la deuda social, porque no pueden esperar. El trabajador de la cultura, pongamos el caso del pintor que antes tenía un trabajo cualquiera, con gran esfuerzo y privándose de cosas compraba las telas y pinceles, y pintaba. Hoy, dada la agudización de la crisis, deja de pintar. Cuando estaba en la Cancillería yo decía siempre: “Tenemos que exportar cultura en lugar de emigrar cultura”. En otro país al artista lo tratan mejor, le pagan por su producción, hay becas, estímulos… entonces emigra y pierde su identidad, es un argentino que se pierde. El trabajador de la cultura integra uno de los sectores más castigados en los últimos años. Con los gobiernos de facto, en el mejor de los casos fueron ignorados, si no perseguidos o muertos… Durante el gobierno de Alfonsín no se logró articular una propuesta y algunos funcionarios frivolizaron el tema confundiendo cultura con espectáculo. Quiero rescatar, sí, a dos funcionarios que me parece que cumplieron muy bien su labor: Miguel Ángel Inchausti como subsecretario de Cultura de la Municipalidad, y Hebe Clementi como directora nacional del Libro, en esa etapa que tampoco dio respuestas a esta necesidad. La gente puede dejar de comer un postre, en el caso de que la deuda social signifique resignar determinadas cosas, puede dejar de consumir un producto más sofisticado, pero si el trabajador de la cultura no encuentra respuesta pierde su condición de tal, o emigra.

Y hacia eso vamos…

Este es el drama… Por eso que la cultura puede esperar. Esto no quiere decir que no haya que tomarse el trabajo de abrir un gran debate. Me parece además que los proyectos hegemónicos conspiran contra la democracia. Lo dije en tiempos de Alfonsín, lo diría ahora si tuviera un intento de proyecto hegemónico, que creo que no lo hay. La salud del sistema se da en la alternancia. Es importante un perfil diferenciado de los distintos partidos políticos. Sin embargo, creo que hay temas en los cuales la mayoría de los partidos se pueden poner de acuerdo. Y uno de ellos el tema de la administración cultural.


Viajes al exterior de funcionarios

¿Influyeron en tu renuncia las condiciones en que debe desempeñarse un funcionario en nuestro país?

El cargo de director de Asuntos Culturales de la Cancillería significaba para mí un ingreso de 600 mil australes mensuales, por ese entonces, trabajar doce horas diarias y abandonar mis otras actividades. Obviamente, con ese sueldo no podía vivir. Creo que es una de las tantas hipocresías que existen en este país: las remuneraciones de los funcionarios del Estado. Algunos funcionarios han viajado mucho, y te voy a dar un dato: en un momento en que yo cobraba el equivalente a 100 o 120 dólares mensuales, los viáticos de un día en Madrid, por ejemplo, para mi cargo, eran 340 dólares. Durante esos nueve meses yo no viajé. Me impuse esa decisión porque me parece que hay sutiles formas de corrupción que llevan a una claudicación de conciencia. Con esto no digo que sean corruptos los funcionarios que viajan. Hay quienes por su función específica tienen que viajar muy seguido, por ejemplo el canciller; pero un director de Asuntos Culturales creo que sólo tiene que hacerlo para firmar un convenio cultural. Eso es lo que yo entendí en mi cargo. La Dirección de Asuntos Culturales se creó hace más de treinta años. Es un cargo que ocuparon, entre otros, Ernesto Sábato, Rafael Squirru, Manuel Mujica Láinez. Personalidades fuertes que le dieron su impronta. Hoy por hoy me parece que desde el Estado, desde un escritorio, un funcionario, unilateralmente, no debe decidir quién viaja o quién no viaja al exterior, como no puede ni debe hacerlo, desde mi punto de vista, desde la dirección de un museo o desde una dirección del Libro, donde compra determinados libros a determinado autor.

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