domingo, 8 de febrero de 2009

"Sin duda Patricio Lóizaga es un poeta" (Alberto Girri)



¿Qué es escribir un poema? Para unos, desborde pasional o frío intelecto; para otros, suma de metáforas o de rimas huecas... La eterna discusión de fondo y de forma; para unos pocos, la fascinante aventura interior, exigente, dura, maravillosamente lúcida hacia el equilibrio y la armonía.
Escribir un poema es como templar un violín, ahí están las cuerdas que deben tener la exacta tensión para que el arco, tocándolas o rozándolas apenas, logre la maestría harto menos ingrata que aquella que se ejecuta con la palabra. La palabra, de todos y de nadie, entregándose sólo por un instante a aquellos que unen espíritu y materia, voz e instrumento dedicados a encontrar el centro mismo del hecho poético donde se confunden lo ético y lo estético.
Los poemas de Patricio Lóizaga, hombre consagrado a extender los límites culturales y que disfruta con su obra, demuestran una madurez de reflexión difícil de expresar en la poesía. Poemas ascéticos, de lenguaje despojado que puede, sin embargo, expresar un contenido lirismo, como en "Literatura" o en "Causa", en el cual retrata tan bien a uno de los grandes maestros de la poesía argentina actual, Alberto Girri. En todos sus poemas, Patricio Lóizaga manifiesta una constante preocupación metafísica, un permanente cuestionamiento ontológico. Código secreto nos da la poética de este escritor. En este Código secreto va haciendo caer, en velos sucesivos, todo lo circunstancial del discurso común para llegar, finalmente, como en una iluminación, a la esencia del hecho poético y del código mismo” (María Kodama).

"Se tiene la impresión de un tránsito por las calles, por la ciudad, por el mundo. Los hechos se repiten pero no existe la monotonía por el modo de arder en cada circunstancia: El sol / la sed / el agua fresca / el viento / en el verano / las miradas / que expresan / mejor no más / que las palabras / revelan / señales / piadosamente / labradas. Quien escribe puede sobrevivir a sus muchos interrogantes –afirma Patricio Lóizaga- a causa de sus pocas certezas. Atraviesa sus tensiones rescatándose a sí mismo, al comprender que a veces las oposiciones –ficción y realidad, ausencia y presencia, bien y mal- se quedan en la mera convicción, no atestiguan un verdadero movimiento desde el fondo del suceso o de la cosa. Otras, es la experiencia la que acude para comprender que las verdades que podemos asir hay que buscarlas en las señales que recibimos a cada paso en nuestro tránsito por la Tierra.
El eje del mundo pasa por una creencia o descreimiento. Pero cuando se pueden asumir ambos polos, se está en el rumbo justo para continuar, para abrir del todo la mirada y no dejarse ganar por las trampas de la seducción ni la omnipotencia de las afirmaciones contundentes.
La poesía conoce los reinos de la desesperanza, la duda, la falta de fe o la certeza de ella. Queda bien claro que Patricio Lóizaga acepta convivir con ambos extremos y aprehender eso, tal vez constituya el evangelio de nuestra época.
La idea aludida de que las preguntas marcan cada paso que damos confirma otra idea: la búsqueda esencial no depende de la meta sino del camino en sí. Una manera de vivir que, si nos interrogamos con sinceridad y a fondo, es la única que resulta aceptable cuando, como afirma Lóizaga: Urdir historias / sobre el papel / no basta. / Vivirlas / también / parece / insuficiente. Los versos están muy cortados; a veces, una sola palabra configura una línea. Esta manera peculiar de respirar hace que el lector se obligue a detenerse y crear, a través del poema, el tiempo de aceptación de todo lo que enuncia. Páginas serenas, concluyentes, conforman este libro al que enriquecen un estudio de María Rosa Lojo y un prólogo de María Kodama." (Elizabeth Azcona Cranwell, La nación, 13 de octubre de 1991)

"Un frontal acercamiento lírico-metafísico a lo existencial caracteriza la poesía de Patricio Lóizaga. Este acercamiento encuadra, en rigor, una serie de señales que estructuran esta entidad misteriosa e inefable que une realidad y palabra. Se trata de poesía erigida sobre el merodeo de lo innombrable, cuya presencia acecha en “palabras”, “recuerdos” y “juramentos”, pero también en “gestos” y “miradas”, circunscribiendo el aura de su bien definido “código secreto” o “lenguaje perdido” que nos integra, del que somos parte y cuyo enigma es eternamente esquivo.
Doce poemas exactos en el ajuste argumental y expresivo, e individualmente portadores de definida tesis o de principio irrefutable aun cuando se hallan engarzados en espacio ambiguo, armonizan entre sí, pueden ser a la vez coto cerrado y complementarse en un plano de urdimbre metafísica. Por esta razón las once composiciones que rodean a la que lleva por “Código secreto” guardan con ella una relación subsidiaria puesto que integran un corpus, aunque posean por sí mismas esencias vigorosas e indelegables: Las cosas son / Antológicamente / Más allá de lo que / se diga sobre ellas. Este juicio taxativo, presente en “Silencio” y clave en cuanto al sentido de lo trascendente que sustenta el autor, como el perfil que le inspira Alberto Girri, vertido en “Causa”: Las líneas que surcan sus gestos / su verbo / son el itinerario / laboriosamente trazado / por ese obstinado espíritu… son apenas muestras de una totalidad concebida con lucidez vivencial, irradiante de verdad.
El asedio de Lóizaga a la expresión mutable de la realidad afirma lo perecedero de toda estructura mental fija, y su apertura revalora la visión abierta no sólo para contemplar lo absoluto sino también para aplicarla a sus manifestaciones.
Este destacado aporte a la poesía del pensamiento y maduro testimonio de indagación en el cauce fundacional de la palabra, lleva prólogo de María Kodama, quien lo ve despojado de “todo lo circunstancial del discurso común para llegar, finalmente, como en una iluminación, a la esencia del hecho poético y del código mismo”, y estudio postliminar de María Rosa Lojo, cuya exégesis interroga contenidos y recursos expresivos en análisis exhaustivos, elaborando una interpretación interrogadora. Ambos trabajos, impecables e interesantes desde sus diferentes perspectivas, avalan la excelencia de la obra. (María Adela Renard, La prensa, 1991).

“Sin duda Patricio Lóizaga es un poeta” (Alberto Girri)

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